Opinión
El caso Epstein o la impunidad de ricos y poderosos
Todo lo que rodea al llamado caso Epstein, el tristemente depredador sexual y pedófilo estadounidense, simboliza mejor que ningún otro la casi absoluta impunidad de los ricos y poderosos.
Para ese tipo de individuos, en su inmensa mayoría varones, entre los que hay que incluir al actual presidente de EEUU, Donald Tump, no valen las leyes a las que debe someterse el resto de los mortales.
Tienen tales personajes dinero más que suficiente además de los contactos y los abogados necesarios para que sus víctimas no se atrevan a demandarlos judicialmente por sus crímenes.
Jeffrey Epstein pasó a mejor vida —no se sabe si se suicidó en la cárcel o lo suicidaron antes de que le obligaran a contar todo lo que sabía—, pero todavía andan por ahí muchos de quienes compartieron con él su depravación sexual.
Individuos entre los que hay personajes de la realeza europea, ex presidentes de EEUU, jefes de Gobierno, políticos de todos los colores, actores de Hollywood, financieros y empresarios del sector tecnológico, entre otros, incluso premios Nobel.
Su método consistía en reclutar con ayuda de su principal cómplice, la británica Ghirlaine Maxwell, hija del magnate de los medios judío y espía del Mossad, Robert Maxwell, muerto ahogado cuando navegaba en el yate de su propiedad en aguas próximas a Canarias en lo que unos consideran un suicidio y otros, un asesinato de los servicios secretos israelíes.
Ghirlaine Maxwell, que fue también durante algún tiempo su amante hasta que Epstein decidió utilizarla sobre todo para reclutar a muchachas de las que él y sus amigos pudieran abusar libremente, es la única que cumple condena. Deberá en principio pasar veinte año en la cárcel.
Donald Trump, que antes de llegar por segunda vez a la Casa Blanca se comprometió a publicar los archivos de Epstein, incumplió su palabra para decepción de muchos de sus votantes, que creyeron esa y otras de sus muchas promesas como la de de no comenzar ninguna guerra.
¿A qué se debe tan flagrante incumplimiento? se preguntan muchos, que sospechan que el republicano está mucho más involucrado en el caso Epstein que lo que ha querido siempre reconocer públicamente.
Según un sondeo del instituto demoscópico Ipsos, cerca de un 70 por ciento de los estadounidenses cree que el Gobierno les oculta cosas relacionadas con Epstein.
Poco a poco se van conociendo, sin embargo, más cosas, y así hace poco se publicaron fragmentos de su agenda que demuestran sus contactos con personajes como el tecnomultillonario Peter Thiel o el fundador de Microsoft, Bill Gates, motivo aducido por Melinda Gates para su divorcio.
Lo que está claro es que no se trata esta vez de un conflicto político entre demócratas y republicanos porque hay involucrados personajes de ambos partidos, sino, como ha escrito alguien, de «ricos y poderosos contra el resto del mundo».
Trump, como muchos de los que tuvieron algo que ver con Epstein, pertenece a los primeros. Que el actual ocupante de la Casa Blanca mantuvo durante al menos quince años amistad con el maníaco y depredador sexual está fuera de dudas: hay fotos y vídeos que lo prueban.
Ambos al parecer se pelearon un día por un asunto inmobiliario, y desde entonces Trump dice que no quiso saber más nada de su amigo. El presidente republicano presentó recientemente una demanda de 10.000 millones contra el diario The Wall Street Journal y su propietario, el magnate de los medios australiano Rupert Murdoch.
Según Trump, esa publicación le calumnió y violó las leyes de difamación al publicar un artículo que alega que envió a Epstein una felicitación pos su 50 cumpleaños con su nombre y un dibujo obsceno, carta que calificó de falsa.
El multimillonario Murdoch no tendría seguramente dificultades para pagar esa indemnización en caso de perder el juicio, pero ¿qué hay del resto de los mortales?
La polémica carta estaba incluida en un libro de 238 páginas sobre «los primeros cincuenta años» de Epstein en el que quienes le felicitan en él por ese redondo aniversario no dejan duda alguna sobre la depravación sexual del personaje.
Así, uno de ellos, el multimillonario Leon Black, cofundador del fondo de capital privado Apollo Global Investment, escribió una especie de oda a Epstein en la que, en alusión al libro El Viejo y el Mar, le elogia por «pescar» no peces como el personaje de Hemingway, sino muchachas «rubias, pelirrojas o morenas».
Otro amigo de Epstein, cuyo nombre aparece borrado, le llama «degenerado», lo que debe ser para él un elogio, y se lamenta sólo de que haya «tan poco tiempo para tantas muchachas».
El multimillonario del sector textil (Abercrombie & Fitch, Victoria´s Secret) Leslie Wexner, también amigo y cliente del depredador sexual, le escribe: «Querido Jeffrey, quisiera regalarte lo que más te gusta», a lo que añade el dibujo de unos senos de mujer.
El libro pone de relieve la idea que tienen tanto Epstein como sus amigos ricos e influyentes de la total disponibilidad de las mujeres de las que impunemente una y otra vez abusan. Ni siquiera el marqués de Sade podría haberse imaginado algo semejante.
Una de sus víctimas, acaso el caso más trágico porque terminó suicidándose, es Virginia Giuffre, a la que Ghirlaine Maxwell descubrió limpiando las cabinas del club privado de Trump en Mar-a-Lago cuando tenía solo 16 años.
Se trataba de una muchacha débil psíquicamente, que había sido violada por su padre, a la que Epstein violó también en su primer encuentro y que se convertiría en su «esclava sexual», como ella misma dice, durante un par de años, acompañándole junto a Ghirlaine no sólo en sus distintas mansiones sino en sus viajes por el mundo.
En el libro que escribió con ayuda de una periodista antes de quitarse la vida, Giuffre da a entender que podría dar, si quisiera, muchos nombres de sus abusadores sexuales aunque sólo los menciona de modo anónimo: «multimillonario 1, multimillonario 2 o primer ministro».
Al que sí cita expresamente en sus memorias póstumas es al príncipe Andrés de Inglaterra, uno de los hijos de la reina Isabel II, del que escribe que creía que «tener sexo con ella era su derecho de nacimiento».
Giuffre cuenta en su libro que de lo que más se arrepentía era de haber contribuido ella misma a captar a nuevas víctimas juveniles para satisfacer la enorme voracidad sexual de Epstein.
«Éramos todas chicas de las que nadie se había preocupado, y Jeffrey fingía hacerlo», escribe. Y añade: «cuando ponía el foco en chicas pobres o hambrientas, era yo misma consciente de que estaba explotando su vulnerabilidad».
Muchos se han hecho cábalas sobre si Epstein era, como el también judío Robert Maxwell, padre de Ghirlaine, agente del Mossad, y si ello sirvió para extorsionar a algunos de sus compañeros de libertinaje. Tal vez nunca lo sabremos.
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