Opinión
¿Venganza? ¿Casualidad?
A media tarde, sentí debajo de la lengua ese hormigueo eléctrico que suelo calmar con la ingestión de un café. Entré en un bar pequeño, de luces amarillas, y mesas un poco pegajosas.
-Un descafeinado, por favor -solicité al camarero, un tipo muy pálido con un bigote muy oscuro.
-Enseguida -respondió sin entusiasmo su bigote, pues sus labios apenas se movieron.
Le busqué los ojos, que tenía hundidos, como si alguien se los hubiera empujado hacia adentro con un dedo.
-Asegúrese de que sea descafeinado -insistí.
Asintió con pereza. El café, sin embargo, llegó humeante y apetecible, en contraste con la hostilidad del lugar. Lo bebí con gusto y el resto de la tarde transcurrió sin incidentes.
Por noche, en la cama, los minutos empezaron a transcurrir con la lentitud viscosa del plomo fundido. No lograba dormir. Aquel estúpido me había engañado con el café. En la fiebre del insomnio, mi imaginación se desató. Me vi a mí mismo fundiéndome con la oscuridad, ligero como un murciélago. Volaba, invisible, hasta la casa del camarero, cuya puerta atravesé como un cuerpo sutil. Lo encontré en el salón de su casa, insomne como yo, rascándose una pierna. Me situé detrás de él y susurré en su oído:
-Descafeinado…
Dio un salto y corrió por el pasillo de la vivienda en dirección a uno de los dormitorios. Yo lo seguí, incorpóreo, repitiendo la palabra descafeinado. En esto, tropezó con un obstáculo, se tambaleó y cayó de bruces. Un chorro de sangre le atravesó la frente y cayó al suelo gimiendo como un perro apaleado. Una señora que me pareció su madre salió, alertada por los gritos, y se arrodilló junto a él. Me asusté y salí corriendo del piso para regresar a mi cama, donde cerré los ojos y al fin, de madrugada, me venció el sueño.
A la tarde siguiente volví a la cafetería. El camarero apareció con la cabeza parcialmente vendada.
-Un descafeinado -me limité a decir.
Miró en torno, como en busca de auxilio, y luego regresó a la barra, donde gritó mi pedido con una claridad que no dejaba lugar a dudas.
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