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Opinión | Crónicas galantes

Vuelve el tren de las tormentas

Mucho más puntual que los de Renfe, el tren de las borrascas suele llegar a Galicia por estas fechas, como si el antiguo reino fuese un apeadero del AVE. Las primeras lluvias son un módico adelanto de lo que seguramente está por venir.

Por mucho que mude el clima, Galicia sigue siendo la habitual puerta de entrada para los temporales que luego azotan al resto de la Península y para la fariña que abastece a Europa. Esas son, junto al marisco y el Camino de Santiago, las más notables señas de identidad del país a ojos de la gente de fuera.

Podría dar la impresión de que el inusualmente largo y cálido verano de este año ha roto con nuestra vieja tradición de humedades, rayos, truenos y ventiscas: pero tampoco hay que fiar demasiado en las apariencias. Bien pudiera ser que los desaforados incendios de agosto en Ourense hayan calentado la atmósfera, propiciando el tibio grado de calidez que disfrutamos hasta bien entrado el otoño.

La tregua ha concluido, tímidamente por ahora, con la entrada de las primeras borrascas que, cierto es, llegan un tanto desganadas. Pronto se acomodarán a su hábitat natural. Ya se sabe que los temporales son como de la familia en Galicia: y más aún desde que las autoridades meteorológicas decidieron ponerles nombre.

Las de este año incluyen a Claudia, Davide, Emilia y Francis, siguiendo el orden alfabético y la paridad de géneros que exige el asunto. Los encargados del gobierno de las isotermas y las isobaras han tenido incluso la humorada de bautizar a la última del repertorio como Wilma, que fue famoso personaje de Los Picapiedra.

Algunas de ellas son huracanes generados al otro lado del océano que, lógicamente, llegan cansados a Galicia y aquí se templan, como si quisieran adaptarse al apacible talante del país. No siempre ocurre así, lamentablemente. Los más veteranos recordarán aún el azote del ciclón Hortensia, que, a pesar de su entrañable nombre de abuelita, dejó el país hecho unos zorros allá por el orwelliano año 1984.

No parece que vaya a ser el caso de las que hacen cola para aterrizar en Galicia esta temporada, al menos de momento. Dan algo más de recelo las borrascas desde que fueron rebautizadas con el espantable nombre de ciclogénesis explosivas; pero se trata de un mero cambio de denominación. Ya sea una galerna anónima, ya una ciclogénesis identificada la que se le lleve a uno el tejado, las tormentas, anémicas o bravas, siguen siendo las de toda la vida. Otro día en la oficina.

Creíamos ingenuamente que el Sol —registrado a nombre de una viguesa— había decidido establecerse en este viejo reino tras su inusual presencia este año. Pero qué va. El tren de borrascas acude un año más con puntualidad galaica a la estación de noviembre. Aunque el clima no pare de cambiar, hay cosas que en Galicia nunca cambian.

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