Los realitys de parejas que se plantan en una isla paradisiaca para poner a prueba su amor o luchar contra sus celos enganchan. Uno dice que no verá ninguno más, y cae tan de bruces en la tentación como sus concursantes ante los solteros y solteras que les sueltan por las villas. Si a principios de los 2000, Antena 3 nos sorprendía con Confianza ciega, un programa que entonces nos escandalizaba y ahora resulta hasta naíf, era Telecinco la que retomaba el formato casi una década después con La isla de las tentaciones —que hoy estrena su cuarta edición—, en el que abundan un sexo más explícito y unos concursantes cuyos cuerpos evidencian el boom de la cirugía entre un sector concreto de jóvenes. Ahora es la plataforma de pago Netflix la que se sube al carro de los realitys de amor y cuernos con Amor con fianza, una vuelta de tuerca con respecto a los anteriores, que tiene al frente a Mónica Naranjo, graduada ya en estos asuntos (La isla de las tentaciones 1, Mónica y el sexo).

Amor con fianza tiene un título que juega con tres palabras clave: el amor (el que dicen profesarse las parejas cuando llegan), la confianza (algo que les escasea) y la fianza, ya que el programa cuenta con un bote de 100.000 euros, de los que se le va descontando de 1.000 en 1.000 cada vez que uno de los miembros dice una mentira. Y difícil no hacerlo delante de tu pareja. Con lo que se les presenta el dilema de la pasta o la pareja: “Y lo bonito de la historia es que impera el amor”, dice Naranjo en un arranque de romanticismo.

Pero no es este el sentimiento que más flota por las villas de los concursantes, a los que en un principio se les distribuye entre las dos fincas, mezclados los miembros de las parejas (no las chicas a una y los chicos, a otra). Y allí, para acabarla de liar, les sueltan a guapos y guapas tentadores o a un atractivo ex traído del pasado que hará tambalear sus principios. Aunque el mal rollo empieza antes: cuando les pasan la película del paso de su pareja por el Eye Detect (detector de mentiras que analiza las alteraciones involuntarias en el ojo al no decir la verdad). Y se comprueba que “la mentira resta y la verdad, suma”, explica Naranjo.