La enfermedad conocida popularmente como el hígado graso es una patología como tal. Se denomina clínicamente esteatopatía de etiología no alcohólica (NASH), y en algunos casos puede ser secundaria a otra enfermedad.

Su detección, según explica el jefe del departamento de Medicina de Clínica Corachan, el Dr. Daniel Irigoyen, “se alcanza a través de una ecografía, en la que se percibe un aumento de la ecorefringencia con signos de hepatopatía (acumulación de grasa en el hígado)”. El diagnóstico también se puede sustentar en algunos casos mediante una analítica, cuando en ella aparecen alterados los parámetros de la biología hepática (enzimas hepáticos) y los del lipidograma, que es el análisis de sangre que mide las grasas que el cuerpo utiliza como fuente de energía.

Causas y síntomas

Enfermedades metabólicas, como una prediabetes o diabetes mal controlada, el sobrepeso, la dislipemia (alteración de los niveles de lípidos y proteínas en la sangre), la hipertensión y la resistencia a la insulina pueden ser causa de la enfermedad del hígado graso.

En las fases iniciales e intermedias, la enfermedad del hígado graso no muestra síntomas. Dado que no hay síntomas de alarma como tal en estadios iniciales –en los más avanzados sí, derivados directa o indirectamente del mal funcionamiento hepático- hay que hacer revisiones médicas periódicas y, cuando aparezcan comorbilidades (hipertensión, dislipemia, diabetes, sobrepeso…), hacer un estudio específico dirigido (FibroScan y Esteatoscan). La revisión médica completa, pues, incluirá: un estudio analítico dirigido, con valoración del porcentaje de grasa corporal, una ecografía abdominal y el estudio con las técnicas que muestran el estado de base, evolución y pronóstico de enfermedades hepáticas, que se realiza mediante los escáneres FibroScan y Esteatoscan.

Se calcula que alrededor de un 15 o 20% de la población de España puede tener un hígado graso. Depende también de la raza, afectando más en la hispana. Su detección se da por igual en mujeres que en hombres, y depende de las comorbilidades asociadas al paciente. Las series recogidas muestran una mayor prevalencia en franjas de mediana edad.

Alimentación, papel primordial

La mayoría de los casos de hígado graso se asocian a unos malos o muy malos hábitos alimentarios que implican la aparición de otras comorbilidades, como son la hipertensión, la dislipemia, el sobrepeso u obesidad, o la diabetes, entre otras. Dietas poco equilibradas y/o con elevado porcentaje de aporte graso “no saludable” favorecen su aparición.

En cuanto al tratamiento, “en las fases iniciales e intermedias se deben controlar los factores de riesgo cardiovascular asociados (control de tensión, peso, perfil lipídico, azúcar), así como los hábitos de vida cardiosaludables (dieta equilibrada, ejercicio moderado, y ausencia de hábitos tóxicos -tabaco, alcohol- …”, indica el Dr. Irigoyen.

En las fases tardías, la enfermedad del hígado graso puede evolucionar a cirrosis y enfermedades malignas hepáticas. Pero en sus fases iniciales e intermedias, la enfermedad es curable. Si la enfermedad desarrolla una cirrosis o una enfermedad tumoral hepática (en sus fases evolucionadas), podría llegar a incapacitar a la persona en algún caso, por ejemplo con una cirrosis evolucionada, sin necesidad de haber desarrollado un tumor hepático.

En caso de no controlarse las comorbilidades asociadas al hígado graso, puede volver a darse la patología.