Carmen Reija.El término procede del griego hipocondrio, región epigástrica situada debajo de las costillas falsas, donde se suponía que se localizaba el problema. Muchos famosos del pasado -y del presente- han sido, o son, ilustres hipocondríacos: Kant, Darwin, Allan Poe o Woody Allen.Es un trastorno mental incluido en el manual de diagnóstico DSM-IV, que se describe como el miedo a tener o la convicción de padecer una enfermedad grave a partir de los síntomas observados por el propio enfermo, en el que la preocupación persiste a pesar de la realización de pruebas objetivas por prescripción médica y que provoca un deterioro social, personal, laboral y general en la persona enferma.La interpretación de cualquier signo corporal como algo negativo desencadena esta patología. Los que la padecen piensan que un lunar que cambia de color es un cáncer de piel, que una jaqueca es un tumor cerebral o que la alteración del ritmo intestinal es una grave enfermedad de colon. Cuando acuden al médico y éste les explica que no es así, no se lo creen y siempre piensan que no les entienden o que se han equivocado porque ellos "saben que tienen algo". Existe también el caso contrario, en el que los afectados no van al médico porque (piensan) "me va a encontrar algo" y no se medican porque "los medicamentos tienen efectos adversos".Epidemiológicamente se ha demostrado que hasta un 70% de la población padece en algún momento de su vida síntomas relacionados con esta patología. Es más frecuente en hombres y en la edad adulta aunque puede originarse tras un proceso traumático en la infancia como la enfermedad de un familiar cercano. Además, la prevalencia y gravedad de la patología se incrementan con la edad y con los problemas de salud, tanto propios como de las personas que les rodean. También se relaciona con el ambiente familiar, pues la interpretación negativa de los signos corporales leves se transmite de unos miembros a otros.El principal síntoma es la preocupación exagerada por la propia salud, teniendo controladas todas sus constantes vitales -pulso, tensión arterial o temperatura corporal, por ejemplo- y las situaciones habituales de su vida: digestiones, horarios de descanso, etc. Se manifiesta con dolores en zonas diferentes del cuerpo (cabeza, abdomen, garganta, tórax, etc...), cansancio persistente, síndrome de colon irritable, taquicardia, dolor precordial, vértigos, mareos, visión de moscas volantes, alteraciones del sueño, etc. Se sugestiona con su "enfermedad" y considera que sus molestias -por ejemplo, una mala digestión- son el inicio de una grave patología. Su vida se reduce a cuidarse obsesivamente, renunciando a cualquier alteración del ritmo normal para no "empeorar".La actitud constantemente negativa ante la salud que adoptan como forma de vida, influye en su sistema inmunitario, que se debilita y los hace vulnerables, pudiendo padecer con mayor facilidad una enfermedad orgánica real. Son pacientes que circulan por distintos especialistas a los que van describiendo sus síntomas y, a medida que les hacen pruebas y les rebotan de uno a otro, se convencen más de la gravedad de su mal. Sufren realmente, por lo que deben ser tomados en serio y tratados adecuadamente. La familia debe ser paciente y ayudarlos hasta llegar al diagnóstico preciso.Los factores que inducen el desarrollo de la hipocondría son variados, entre otros, los siguientes: recibir demasiada información alarmante sobre enfermedades, educación excesivamente proteccionista, traumas relacionados con la enfermedad o la muerte, haber padecido síndromes graves durante la infancia, utilizar la enfermedad para llamar la atención de los demás o la interpretación incorrecta de síntomas.El diagnóstico correcto es fundamental para evitarles sufrimientos, siendo lo primero descartar la existencia de una enfermedad física. Si el paciente no mejora tras la explicación del especialista y el problema persiste en el tiempo (unos 6 meses de cronicidad), debe estudiarse desde el punto de vista psicológico, excluyendo otras patologías de base. Hay que señalar que, a veces, la hipocondría es síntoma de una depresión endógena y puede llegar a conformar una verdadera paranoia si no es tratada.La evolución es crónica, con fluctuaciones. Se calcula que un 5% de los pacientes se recuperan de forma plena y permanente, quedando el resto limitados para afrontar situaciones vitales complejas.El tratamiento puede iniciarse con fármacos ansiolíticos -siempre bajo prescripción médica- para reducir la gran ansiedad que padecen. Lo más adecuado es aplicar una terapia cognitivo-conductual para eliminar el miedo a la enfermedad y a la muerte, planteando mecanismos que les permitan enfrentarse a esas situaciones y a otras del futuro (muerte de un familiar, pérdida de trabajo, divorcio, etc...) que provocarían la recaída en su hipocondría. Estas terapias, bien aplicadas, mejoran la calidad de vida de los enfermos y de las personas que conviven con ellos, les permiten manejar bien la ansiedad y transformar las sensaciones negativas en positivas haciéndose menos sensibles a sus temores.Atención especial merecen los niños. Cuando se quejan reiteradamente de dolor de barriga, molestias musculares o catarros y lo relacionan con el deseo de no ir al colegio, debemos pensar en una fobia escolar. Es necesario acudir al pediatra para que descarte la existencia de una patología orgánica y nos dé las pautas de actuación, entre las que se incluye acudir a un especialista que le ayude a superar esa fobia, evitando así que se transforme en hipocondría a medida que crece. El tratamiento debe basarse en la psicoterapia, no en la toma indiscriminada de fármacos.Carmen Reija López es licenciada en Farmacia y diplomada en Óptica