A finales del cálido verano del año 1930, la Misión Biológica -centro situado en Pontevedra y encargado de realizar estudios de flora o fauna en Galicia- estuvo a punto de desaparecer por inanición como consecuencia de la beligerante política desarrollada por la última Corporación Provincial de la Monarquía de Alfonso XIII. No resultó la primera, ni la última vez que pasó por un trance tan difícil.

La nueva Diputación de Pontevedra, que presidía Manuel Casas Medrano, se propuso aniquilar la rica herencia dejada por su antecesor, Daniel de la Sota y Valdecilla. Presa de un revanchismo colérico, desbocado y enfermizo, los diputados provinciales paralizaron la repoblación forestal, desmontaron el servicio de recaudación de cédulas que Alexandro Bóveda había organizado con gran esfuerzo personal y bloquearon la caja de ahorros provincial, en sus primeros seis meses de total desgobierno. El paso siguiente también estaba decidido: acabar con Cruz Gallástegui -quien fue homenajeado ayer por la Real Academia Galega de Ciencias en el Día del Científico- y la Misión Biológica, dando otro uso prioritario a su Granja de Salcedo.

Solo una auténtica cruzada que dirigió desde la sombra y el anonimato el propio De la Sota, herido en su orgullo por tamaño despropósito, logró parar a tiempo aquella verdadera tropelía. Un notable fajo de cartas inéditas que De la Sota escribió a sus amigos, seguidores y correligionarios durante todo el mes de octubre de aquel año, demuestra la intensa actividad que desarrollaron todos los conjurados en aquellos días aciagos. De la Sota no desmayó en su empeño de concienciar a los destinatarios de sus misivas sobre la amenaza real que pesaba sobre la Misión Biológica y reclamó una y otra vez que exteriorizaran las protestas por todos los medios a su alcance, desde los artículos periodísticos, hasta los telegramas institucionales.

Después de que los agraristas de la zona respondieran a la llamada de Sota y de que el concello de Vigo financiase una parte, se inauguró la sucursal de la Misión Biológica. Allí comenzó su actividad poco tiempo después, que se prolongó por espacio de casi tres años, hasta octubre de 1933. Una denominada Comisión de Estudios de Galicia autorizó el funcionamiento de esta sucursal.

Dependiente de esta Comisión de Estudios se creó el 19 de enero de 1931 un patronato específico para la Misión Biológica, que estaba presidido por el rector de la Universidad de Santiago, Alejandro Rodríguez Cadarso y del que también formaba parte Daniel de la Sota.

Principalmente la Misión Biológica llevo a cabo diversos ensayos sobre el cultivo de patatas y legumbres. Allí se producían igualmente híbridos sencillos de maíz de grano blanco, que después se cruzaban con maíces amarillos en la Granja de Salcedo. De los resultados de estas experiencias se beneficiaba el Sindicato de Productores de Semillas, entidad hermana de la Misión Biológica y nacida en esta misma época, que era considerada como su eslabón imprescindible con el campo y los campesinos, entre quienes distribuía de forma gratuita semillas de maíz previamente seleccionadas para ofrecer unos mejores resultados que causaron asombro en toda España.

También dedicó esta sucursal gallega otra parte de su actividad a mantener una parada de sementales con un toro de raza rubia gallega y un cerdo de raza Large White, de procedencia inglesa, para tratar de mejorar la raza porcina autóctona.

Aunque el Ayuntamiento de Vigo provocó la inanición de los trabajos que desarrollaba este centro por falta de pago de las subvenciones correspondientes a los años siguientes, 1932 y 1933, que estaban consignadas en sus presupuestos municipales, no es menos cierto que la gestión técnica se reveló fallida. Además, hay que tener muy en cuenta también los cambios tan vertiginosos que sufrieron las corporaciones, provincial y municipal, tras la proclamación de la República, con la formación de sucesivos gobiernos.

El propio Cruz Gallástegui no fue ajeno en este tiempo a la efervescencia política imperante, que provocó una auténtica convulsión social. Entre 1931 y 1932, Gallástegui se trasladó a Madrid llamado por Félix Gordón para trabajar a su lado en la nueva Dirección General de Ganadería e Industrias Pecuarias, un potente departamento integrado en el Ministerio de Fomento. En atención a sus méritos, el propio Azaña firmó un decreto con su nombramiento como inspector general veterinario para facilitar su posterior nombramiento como jefe de la sección de Fomento Pecuario, así como vocal de Consejo Superior Pecuario.

Ante quienes entonces cuestionaron su nombramiento en las Cortes Constituyentes por un problema administrativo, su valedor Gordón Ordás definió a Gallástegui como "la más alta autoridad de España y una de las más altas de Europa en genética animal y vegetal". Su explicación resultó más que convincente y fue mayoritariamente aceptada por los diputados

Una y otra vez reclamado por sus correligionarios del Partido Galeguista, Gallástegui no tuvo más remedio que escuchar sus insistentes voces. La convocatoria de una plaza de director del Servicio de Investigaciones Biológicas aplicadas a la Agricultura y a la Ganadería, que convocaron las cuatro Diputaciones de Galicia fue el gancho perfecto para su retorno a finales de 1932. Un cargo que se declaró compatible con la dirección de su querida Misión Biológica, que ya nunca abandonaría hasta su muerte.