Es un fragmento de apenas cuatro centímetros del fémur de un joven sobre cuyo final todavía se sabe poco. Extraído del barro de la cueva asturiana de Sidrón -que proporciona unas condiciones de conservación excepcionales- en el verano de 2005, su identificación como la muestra SD-1253 no dice nada al profano. Las dos iniciales hacen referencia a su procedencia, y el número, el de su orden de extracción, da una idea de la fecundidad del yacimiento. Ahora el SD-1253 -junto a huesos procedentes de las excavaciones de Vindija, en Croacia-- ha removido los fundamentos de nuestra historia evolutiva con la fuerza impensable que a veces tienen las cosas pequeñas. Ese fragmento nos coloca en el umbral de un cambio en la concepción de lo que somos desde el punto de vista antropológico.

El fósil fue desenterrado en la galería del osario de la cueva de Piloña hace ya cinco años, en la primera campaña en la que se aplicó el protocolo de extracción limpia desarrollado por el equipo que trabaja en el yacimiento, una técnica que constituye toda una aportación de este grupo y que tiene como objetivo evitar la contaminación de los restos óseos con material genético de los propios investigadores. La calidad de la pieza, que conserva una alta cantidad de ADN a pesar de llevar depositada en el fondo de la cueva casi 50.000 años, fue decisiva para los análisis que contribuyeron a desvelar la participación de la especie Neandertal en nuestro genoma. La muestra fue clave en la secuenciación de parte del genoma de Sidrón que los investigadores propusieron para obtener datos con los que comparar los resultados de las muestras de Vindija (Croacia) con las que arrancó el "proyecto Genoma".

El fragmento de fósil resultó ser la mejor pieza de las quince de la cueva asturiana analizadas para conocer su aporte genético. Permitió secuenciar 2,2 millones de nucleótidos (los eslabones químicos que forman el ADN) del neandertal de Sidrón, lo que supuso un 0,1 por ciento del total del genoma, una cantidad nada desdeñable. Pero no fue la única contribución de la muestra, que también se empleó para determinar más de 10.000 posiciones variables en el genoma. Carles Lalueza-Fox, experto en paleogenética y uno de los responsables de la investigación de Sidrón, considera que los fósiles asturianos "serán cruciales para obtener regiones cromosómicas con mayor detalle y fiabilidad, y también para cualquier proyecto de diversidad neandertal que pueda hacerse en el futuro".

Ahora sabemos que nuestros ancestros se mezclaron con los neandertales en Oriente Próximo hace unos 70.000 años, rompiendo así más de medio millón de años de divergencia evolutiva de los precursores de ambas especies. De esa unión llevamos un 2% de ADN.

El proyecto Genoma Neandertal acaba de iniciar un recorrido que empieza en África siguiendo la pista a la única especie que ha conseguido llegar hasta la actualidad: el Homo sapiens. Y es así porque, a pesar del nombre, la investigación aporta por ahora más información de nuestra propia especie que del linaje neandertal: se detiene en lo que nos hace humanos, en esas cualidades que no compartimos y que nos distinguen de esa otra humanidad fósil, del grupo extinguido hace 30.000 años.

Conocer la evolución humana es el objetivo del proyecto capitaneado por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), en el que trabajan varios equipos de investigadores con participación española y asturiana. Ahora, con la publicación del primer borrador casi completo, ese propósito está un poco más cerca, en una buena parte gracias a los fósiles neandertales de la cueva del Sidrón. Su participación ha sido definitiva para dar respuesta a algunas de las incógnitas que han formado parte del enigma de la evolución desde los primeros momentos. Los recientes hallazgos abren un nuevo frente de posibilidades y plantean nuevas incógnitas sobre la historia y el origen de la humanidad.

Todo empezó en África. Eso parece por el momento lo único inamovible. Pero hay que avanzar e indagar en el largo recorrido que nos trajo a Europa y en los contactos que aquellos sapiens mantuvieron en ese viaje de miles de años. Algunos expertos sitúan la cuestión mucho más cerca del modelo evolutivo conocido como Fuera de África, una teoría propuesta por algunos antropólogos y respaldada por los primeros resultados del ADN mitocondrial. Según este modelo, el origen del hombre moderno estaría en el África subsahariana, desde donde se extendió por el mundo hace alrededor de 400.000 años, sustituyendo a poblaciones preexistentes como eran el Homo erectus y el Homo sapiens arcaico que poblaban partes de Asia y Europa.

Ahora, además, se puede defender que la dispersión del hombre moderno por otros continentes estuvo acompañada de cruces con otras poblaciones. Eso es al menos lo que sucede en el caso de los neandertales. "Con ellos compartimos el 98 por ciento de nuestro genoma, que es prácticamente idéntico al suyo porque nuestros linajes se separaron hace sólo unos 400.000 años", subraya Lalueza-Fox. Los paleoantropólogos llegan a esta conclusión al observar que los fragmentos cromosómicos son muy distintos en los africanos, mientras que presentan similitudes en los neandertales y humanos modernos no africanos, lo que delata su proximidad. Esto también estaría indicando que el cruce entre ambas especies fue un encuentro ocasional, no se mantuvo en el tiempo. El porcentaje genético compartido por hibridación es muy escaso y no llegó a África.

Mucho más que lo que hoy se conoce podrá aportar el proyecto científico que pretende secuenciar más de mil genomas humanos completos con individuos de todos los continentes, iniciativa en la que participan Estados Unidos, China y Gran Bretaña. El proyecto contribuirá a conocer si, como se piensa hoy, los europeos no tienen ningún rastro en sus genes de un encuentro con los neandertales posterior al ahora detectado, el que pudo darse hace 40.000 años con la llegada del Homo sapiens a Europa.