La coruñesa Ana Belén Roca descubrió el significado de la palabra fibromialgia de la peor manera posible: padeciendo, en sus propias carnes, los azotes de la enfermedad. "A raíz de un accidente de coche, empecé a sufrir lumbago, fuertes dolores en una pierna, en la cabeza... Me notaba muy cansada, y así me pasé un año entero hasta que, un día, cuando estaba realizando mi trabajo como comercial de Círculo de Lectores, me desplomé y, gracias a un compañero que me sujetó, evité golpearme contra unas escaleras de piedra", explica Ana, quien recuerda cómo, a partir de ahí, se inició su particular calvario. "Me dieron la baja, alegando que sufría ansiedad y depresión por la proximidad de mi boda, pero decidí pedir el alta voluntaria durante mis vacaciones debido al trato que recibí por parte de la mutua", subraya.

Tras la boda y la luna de miel -"el día del enlace, para soportar los fuertes dolores que sufría, tuve que tomar paracetamol como si se tratase de caramelos de menta, y durante el viaje, mi marido y yo no pudimos salir ni una sola noche", apunta-, Ana volvió a trabajar. "Para mí supuso una felicidad tremenda, porque, aunque mucha gente no lo pueda entender, me encanta mi empleo. Sin embargo, después de mes y medio, sufrí un nuevo desvanecimiento. Y a partir de ahí, otra vez vuelta a empezar. Me diagnosticaron un problema de cervicales y, por segunda vez, me dieron la baja", relata, y añade: "Después de un largo proceso de idas y venidas, de peregrinar de especialista en especialista, pasé a ser pensionista, supuestamente, por depresión y ansiedad. Sin embargo, yo sabía que no estaba deprimida, tenía muchas ganas de hacer cosas, pero no podía porque me cansaba", reconoce Ana.

"Por aquel entonces -continúa- ya me habían dicho que lo que podía tener era fibromialgia o síndrome de fatiga crónica, pero me negaba a creerlo. ¡Con lo activa que había sido yo siempre!", exclama esta coruñesa. "Pese a estar en casa seguía cansada, dolorida, tenía muchos problemas de concentración...", añade.

Después de varios meses en esa difícil situación, Ana se topó con un nuevo revés: tras un revisión rutinaria, decidieron quitarle la pensión. "Cuando ya había asumido, en parte, lo que me pasaba, y pese a contar con varios informes médicos que indican que no puedo trabajar en horario completo, me encontré con que me quitaban la pensión. La única solución que me quedaba, entonces, era denunciar, ir a juicio y, mientras tanto, reincorporarme a mi empleo. Pero enseguida me di cuenta de que no podía. ¿Si a veces no tengo fuerzas ni para levantarme de la cama, como me voy a pasar todo el día de arriba a abajo, pateando calle, para vender enciclopedias?", destaca.

Para Ana, uno de los grandes problemas de los afectados por la fibromialgia es el buen aspecto físico que presentan. "Mucha gente no se cree que estemos enfermos porque nos ven como una rosa", indica, y continúa: "Como comercial de Círculo de Lectores, no tenía un sueldo fijo, trabajaba por comisión por lo que, durante los últimos meses, al encontrarme tan mal (al cansancio extremo se unieron problemas de colon irritable, incontinencia urinaria, etc.) no llegué a cobrar ni 300 euros", apunta.

Esta paciente coruñesa con fibromialgia sostiene que le encantaría volver a trabajar. "Daría lo que fuera por reincorporarme a mi antiguo empleo, pero sé que mi cuerpo no va a responder y me sentiría como una estafadora porque no podría cumplir con mis cometidos", explica. "Lo peor de todo es que sé que tengo que acostumbrarme a andar en primera marcha, en lugar de en sexta", agrega.

Hace un par de semanas, una juez dio la razón a Ana y reconoció su derecho a seguir cobrando una pensión. Una batalla ganada en una guerra que, como ella, mantienen para hacerse oír miles de enfermos.