"Padezco anosmia desde hace casi ocho años. Desde entonces no puedo detectar muchos peligros. No huelo el humo y, por tanto, no me entero de si hay un incendio. No noto un escape de gas, ni el estado de conservación de los alimentos. No sé si una figura es de jabón o de chocolate a no ser que la muerda. Tampoco diferencio si el contenido de una botella es agua, alcohol o amoníaco... En la vida familiar y afectiva, soy incapaz de percibir el perfume de mi esposa, ni el olor de una taza de café recién hecho. No puedo oler la ropa que me pongo, ni tan siquiera mi propio cuerpo. No sé a qué huelen las flores, la tierra mojada, el mar... Ahora soy relativamente joven y me sirvo del olfato de mi esposa y de los míos pero, si algún día estoy solo, ¿cómo me voy a desenvolver...?".

Este testimonio, recogido en un foro de internet, refleja, casi a la perfección, la particular realidad a la que se enfrentan, día tras día, los pacientes con anosmia o pérdida de olfato. Un trastorno que, según los expertos, afecta, en mayor o menor medida, al 2% de la población -lo que en España se traduciría en 900.000 anósmicos y, en Galicia, en unos 54.000- y que puede acarrear accidentes domésticos (por no percibir el olor a gas o el del fuego), provocar un despido laboral (si se trabaja, por ejemplo, como cocinero, perfumista o enólogo) e, incluso, enmascarar otras patologías, como un simple catarro, una alergia, un pólipo o un tumor.

"Una persona que padece anosmia no podrá, por ejemplo, saber cuándo se produce un escape de gas en su casa, ni tampoco trabajar en el ramo de la hostelería o de la industria química e, incluso, en profesiones muy especializadas, como catadores de vinos y perfumistas", explica el jefe del Servicio de Otorrinolaringología del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac), José Martínez Vidal, al tiempo que señala que existen dos tipos de anosmia, según su origen: la congénita -el paciente nace ya sin el sentido del olfato- y la adquirida. "La anosmia se puede desarrollar por predisposición genética, por la aparición de otras enfermedades o, simplemente, por el envejecimiento", indica el médico coruñés.

"La pérdida de olfato -continúa el doctor Martínez Vidal- se produce sistemáticamente por infecciones víricas (un simple catarro) o bacterianas (sinusitis) y poliposis nasal. Este sentido también desaparece, aunque no siempre, cuando se sufren atrofias y tumores cerebrales, algunas enfermedades psiquiátricas (depresión o trastornos de doble personalidad, que pueden hacer percibir sensaciones olfatorias alteradas) o traumatismos craneales", subraya.

El jefe del Servicio de Otorrinolaringología del Chuac advierte, no obstante, de que afecciones leves como el catarro, que producen pérdida de olfato "cuando hay algo que obstruye la nariz y el aire no llega a las terminaciones del bulbo olfativo -en el techo nasal-, pueden, otras veces, afectar a ese nervio y generar una lesión que puede ser reversible y recuperable a lo largo del tiempo o permanente, en cuyo caso el paciente no volverá a reconocer los olores", indica el doctor Martínez Vidal.

En los pacientes con anosmia congénita, el especialista coruñés sostiene que el trastorno puede deberse "a causas genéticas, a algún problema durante el parto o a que, durante la gestación, no se haya desarrollado el bulbo olfativo", destaca el médico coruñés.

Para detectar la anosmia, algunos centros hospitalarios españoles, como el Hospital de Badalona, han desarrollado una prueba que permite determinar si la función olfativa de una persona es normal. Se trata de que el paciente identifique una veintena de olores comunes de la vida cotidiana. Así, los especialistas lograrán saber si esa persona puede oler e identificar lo que huele. Este test es el primer paso para comprobar la evolución de los enfermos y diseñar los tratamientos más adecuados a su problema.