Marta Tafalla nunca sabrá a qué huelen las flores, el café recién hecho o el pan crujiente, pero tampoco el sudor -ni el propio, ni el ajeno-, el humo del tabaco o la basura. Esta doctora en Filosofía y profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), con raíces gallegas -su familia materna es de Suar, una pequeña aldea de Lugo- sufre anosmia desde que nació. "En mi percepción de la realidad no existe la dimensión olfativa. Lo único que puedo saber sobre el mundo de los olores, es lo que me cuentan los demás", subraya.

-Helena, la protagonista de Nunca sabrás a qué huele Bagdag, padece anosmia. ¿Es una novela autobiográfica?

-Yo nací sin sentido del olfato, y crecí sin saber a qué olían los guisos de mi madre, mi casa, la escuela, las bombas fétidas que tirábamos en el patio, los prados después de la lluvia o el metro en hora punta. Escribí la novela para contar cómo percibimos la realidad las personas que no podemos oler, y en ese sentido, inventé el personaje de Helena a partir de mis propias experiencias. Pero la historia que narra la novela, que mezcla aventuras, intriga y mucho sentido del humor, es inventada.

-Usted también sufre anosmia. ¿Cómo le afecta en su día a día?

-Yo sufro anosmia congénita, es decir, jamás he tenido la experiencia de oler. En mi percepción de la realidad no existe la dimensión olfativa, no puedo percibir el olor de las personas, ni el aroma de la comida, ni los perfumes más caros ni las pestes más terribles. Lo único que puedo saber sobre el mundo de los olores es lo que me cuentan los demás.

-¿Cuándo se hizo consciente de que era anósmica, y cómo recibió el diagnóstico?

-Desde que un niño nace, y a lo largo de toda la infancia, los médicos le hacen pruebas para comprobar su visión, su audición y muchos otros parámetros de salud. Pero jamás se hacen pruebas de olfato, de modo que los niños anósmicos tienen que darse cuenta por sí solos de lo que les sucede. Cuando yo tenía 7, 8, 9 años, me sentía muy extraña, porque todo el mundo hablaba de unas sensaciones olfativas que yo no tenía. Al final mis padres me llevaron al pediatra. Éste me confirmó que no tenía olfato, y se limitó a decir que eso no tenía importancia. Lo peor de la anosmia es que, hasta hace pocos años, te quedabas completamente sola con tu problema. Por suerte eso está empezando a cambiar. Otorrinos como Adela González, en Cabueñes, o Josep de Haro, en Badalona, están reivindicando una atención más sólida a las personas con trastornos de olfato.

-¿Cómo afecta la anosmia al sabor de la comida?

-Lo que normalmente llamamos sabor es la fusión del olfato y el gusto. Las personas que sufrimos anosmia podemos percibir el gusto, pero el gusto sólo permite distinguir lo dulce, salado, amargo y ácido. Lo que no podemos distinguir es el aroma de la comida, porque quien puede hacerlo es el olfato. Yo puedo percibir que un helado es dulce, pero no sé de qué sabor es el helado.

-Si durante unos minutos pudiese dejar de sufrir anosmia, ¿qué le gustaría oler?

-Me gustaría oler a las personas. Me produce mucha curiosidad que cada uno tenga un aroma único, y que éste se quede prendado en la ropa o en la cama. Y me emociona que las madres reconozcan a sus hijos por el olor.

-¿Cómo imagina los olores?

-Tiendo a imaginarlos como colores que se mueven por el aire, pero me parece que no es una comparación muy buena. El perfumista Jimmy Boyd me dijo, en cambio, que debía imaginarlos como emociones, porque cada olor provoca una emoción.