Ningún lector de estas líneas se halla a más de diez metros de un objeto Apple. Por supuesto, el artículo entero ha sido redactado en los dominios digitales de la manzana que simboliza a Steve Jobs y a los Beatles. La evocación a los años sesenta no es superflua, porque el mejor vendedor de la historia siempre reconoció su deuda con la contracultura de San Francisco. El testamento de Jobs es su discurso en la ceremonia de graduación de Stanford, en 2005. Siempre imperativo, ordenó a los recién licenciados que no desperdiciaran "el tiempo limitado viviendo la vida de otros". Así lo hizo. Creó Apple en un garaje californiano a los 21 años, sin subvenciones y tras abandonar los estudios. Adoptado por sus padres, no era ingeniero, ni programador, ni ejecutivo. Sólo un hombre con una visión, que respondía afirmativamente a la pregunta esencial que se plantea a diario cada persona. "Si hoy fuera el último día de tu vida, ¿querrías hacer lo que vas a hacer hoy?" El secreto de Jobs consistía en rodearse de los mejores, exigirles el máximo de su capacidad, entender que la esencia del comercio es la seducción sexual, no dejarse atrapar por los dogmas ajenos, y descubrir que los consumidores no saben lo que quieren. Con su Toy story se aproximó peligrosamente al diabólico Walt Disney, uno de los malefactores más dañinos de Occidente. El lema de Jobs reza "manteneos hambrientos, manteneos insensatos". Al igual que su uniforme de camiseta, vaqueros y zapatillas, su mensaje no cuadra con los mandamientos de los entusiastas del espíritu emprendedor. Pese a la falta de sintonía, se apresurarán a anunciar que reverencian a Jobs mientras besan con aplicación uno de sus artefactos i con sabor a manzana.