-¿Cuáles son los grandes retos del voluntariado a medio y largo plazo?

-Los retos fundamentales son tres: por un lado, incorporar a todas las personas que buscan un mundo más justo y una sociedad más fraterna, con independencia de su procedencia, de sus creencias y de sus ideales; y también a quienes quieren trabajar, pero todavía no han encontrado una oportunidad, y llegan a las entidades de voluntariado para practicar las competencias adquiridas durante la formación y lograr nuevas destrezas y conocimientos. Hacer convivir estas dos fuerzas de transformación, con horizontes diferentes y expectativas distintas, es el tercer reto, que tiene que ver con las formas de organizarse y con la cultura de las asociaciones.

-Estamos en una sociedad cada vez más envejecida... ¿Cree que el perfil del voluntario cambiará en los próximos años?

-El perfil ya cambió y, actualmente, es muy estable: por el voluntariado pasa mucha gente joven, mientras estudia y busca una oportunidad laboral. Pero en las edades maduras, sobre todo cuando hay tiempo libre a través de la jubilación (o de prejubilaciones) y la gente está sana, hay una incorporación tradicional, aunque cada vez más activa, de personas mayores.

-¿Qué papel desempeñan las entidades de acción social en épocas de crisis como la actual?

-En esta crisis, las entidades de acción social están llamadas a ser la última barrera de protección para quien ya perdió todo lo demás, el camino de regreso al mundo de la inclusión, la voz de la esperanza en medio de la desilusión y los laboratorios de nuevas formas de cultura y convivencia.

-Organizaciones como Cáritas o la Cocina Económica alertan de que la cifra de personas en riesgo de exclusión social, e incluso sin techo, aumenta sin cesar y de que las peticiones de ayuda se han duplicado en Galicia y A Coruña en los últimos meses. ¿Es posible invertir esta situación, o estamos llegando a un punto sin retorno?

-En absoluto estamos en un punto sin retorno. Solo que, como venimos diciendo desde 2008, primero tiene que tocar fondo la crisis económica. Un par de años después, llegará el final de la crisis social. El problema es que aún no sabemos cuándo terminará la crisis económica, por eso no se atisba el fin de la crisis social. Por otra parte, a medida que se vayan transformando ciertos valores que fueron dominantes, esta crisis se va a modificar. Todavía estamos a tiempo de que el cambio sea para bien, por eso no creo que estemos ante una brecha social imposible de salvar.

-En ese sentido, ¿cuáles son las actuaciones más urgentes que se han de acometer?

-La primera actuación debe ser la de fomentar una cultura solidaria, que sea también la cultura de la sobriedad y la responsabilidad pública. No preguntar qué puede hacer mi país, mi partido, mi ONG o mi Iglesia por mí, sino estar dispuesto a poner algo de uno mismo para que todo mejore. También hay que reforzar la protección social de los colectivos más desfavorecidos, aunque suponga renunciar a ciertos privilegios por parte de la mayoría de la población.

-¿Cómo valora el papel de las Administraciones? ¿Cree que están delegando en las entidades de acción social una labor que les corresponde?

-Las Administraciones públicas están muy superadas por la situación actual. Creo que no hubo suficiente liderazgo para emprender un rumbo diferente. Pero eso no significa que estén renegando del papel que les corresponde, al contrario: a diario vemos cómo tratan de reforzar la labor de los servicios públicos y su alianza con las entidades de acción social. Una apuesta por la colaboración que, entiendo, debemos afrontar entre todos.