El coruñés Pablo Pérez ponía rumbo a Nepal el pasado 30 de agosto, junto a otros tres diabéticos, para formar parte de la primera expedición al campamento base del Everest -a 5.300 metros de altura- llevada a cabo por insulino dependientes. La novedad radicaba en que su enfermedad estuvo controlada, en todo momento, vía telemedicina, teniendo contacto diario con sus médicos habituales.

-La aventura finalizó hoy (por ayer), ¿con qué se queda de esta experiencia?

-Durante las etapas de subida, me impresionó mucho las familias que ayudan a los montañeros cargando los bultos, incluso niños. En general me quedo con todo, a pesar de que las caminatas eran muy largas, pero fue entretenido.

-¿Hubo alguna dificultad durante la aventura?

-Al llegar a una cierta altura la insulina ya no me hacía el mismo efecto, lo que provocaba que los niveles de glucosa se dispararan. Al estar condicionado por la diabetes, a veces se hacía bastante duro, y al aumentar la altura me sentía más cansado y me costaba más.

-Pero en todo momento iban controlados vía telemedicina...

-Sí, además con el programa que llevábamos instalado en las tablets nos hacíamos una medición de glucosa tres veces al día, antes de las comidas, y las mandábamos a nuestros médicos, que nos aconsejaban sobre los alimentos que nos venían mejor.

-No tenía experiencia en montaña, ¿fue un problema añadido?

-No había hecho nada en alta montaña, no tenía experiencia, pero no me pareció dificultoso, me sentí muy cómodo. Repetiría.

-El día 10 llegaron a la meta, el campamento base del Everest, ¿cómo recuerda el momento?

-Como un sueño cumplido por el que llevaba más de un año esperando. Fue impresionante y aún ahora me cuesta asimilar hasta donde he llegado, ha pasado todo demasiado rápido y han sido muy intensos estos días.

-Durante los días de bajada no tuvieron la compañía de Josu y Jon, creadores del proyecto...

-No, porque ellos seguían hasta zonas más altas. La bajada sin ellos no fue lo mismo, no teníamos tanta emoción. Pero de todos modos fue bien gracias a la ayuda de los guías, los sherpas que nos acompañaban, y a que nos ayudábamos entre nosotros mismos.

-¿Como era el día a día?

-Las etapas solían durar entre cuatro o cinco horas, aunque a la vuelta se volvieron más largas, de unas siete horas. Después de caminar llegábamos a los albergues para comer y descansar.

-Pero a parte del trekking también hubo tiempo para hacer algo de turismo por Nepal...

-Sí, estuvimos dos días en la capital, Khatmandú, tanto al llegar como después de los días de trekking. Es una ciudad caótica, aunque dentro del caos estuvo muy bien, me llevo un buen recuerdo, sobre todo de la gente, muy amable y acogedora con nosotros.