La reflexión viene a cuento tras conocer la renuncia de Esperanza Aguirre a dirigir la Comunidad de Madrid, sorpresa inesperada e inquietante.

Tengo el gusto de conocer y haber tratado con Esperanza Aguirre por asuntos profesionales que no vienen al caso. Siempre me pareció una mujer normal, con buen sentido del humor, muy minuciosa en sus asuntos, elegante y sumamente atractiva.

La atracción de Espe se codifica fundamentalmente en clave intelectual. Aguirre razona muy bien, es tenaz, valiente, inteligente y orgullosa -virtudes muy poco habituales en políticos de altos vuelos-.

En su perfil no cabe una renuncia así. Esgrime motivos razonables como la enfermedad, los nietos, la familia... pero le traicionó la respuesta a la pregunta: ¿Y a qué se va a dedicar ahora? Con una voz delatoramente temblorosa contestó: "Pueeees a mis nietos... iré a la compra... no sé... no sé qué haré.

Me temo que los motivos latentes de su renuncia son los que -siendo aún más poderosos que los otros- son inconfesables en una rueda de prensa; son de esos que solo se pronuncian dentro de las salas de máquinas convertidas en partida de póker de la política del Estado. Nosotros tardamos en conocerlas y solo lo hacemos a medias.

Me sorprende la renuncia de Aguirre como me asombran todas las renuncias. Decía Goethe que cada renuncia es un pequeño suicidio cotidiano. Y tenía razón.

No se renuncia por renunciar, se renuncia porque se elige. El suicidio ocurre cuando te equivocas y eliges lo que te lleva de cabeza al agujero; o bien porque nunca acabas de renunciar de verdad aunque hayas elegido lo que crees mejor y eso también te suicida todos los días un poquito.

Otro tanto ocurre cuando la renuncia consiste en renunciar a renunciar, lo que lleva a un bloqueo que te mata día a día -tan frecuente en los triángulos amorosos y demás problemáticas de pareja-.

En todas se pasa fatal, no hay renuncia grave sin mucha angustia previa. Como no hay renuncia importante sin duelo posterior.

Este tipo de renuncias sospecho es lo que está asumiendo Esperanza Aguirre en este momento y lo siento por ella. La presidenta no renuncia porque elija vivir otro tipo de vida. Renuncia por que no quiere vivir algo con lo que tendría que convivir y que aún no sabemos que es. Ese ejercicio de valor la engrandece pero no le ahorra un ápice de dolor.

La renuncia es engañosa, porque a veces es difícil saber a ciencia cierta si has renunciado de verdad, y eso te mantiene en tensión, desacougado -excelente término gallego- evitando mirarla a los ojos, como la mirada huidiza de los amantes que se juramente por última vez renunciar a su amor... sin poder conseguirlo nunca.

La renuncia, en principio es antipática, dudosa y despechada. Cosa que no le pasa a la elección, que es la novia correcta y adecuada. Pero la matemática emocional no funciona así de claro y hay renuncias que te torturan toda la vida.

Lo que más duele no es lo que hacemos, sino lo que dejamos de hacer. Al igual que la peor infidelidad es la que nunca llega a cometerse. Este tipo de renuncias nunca se aceptan y nos suicidan cotidianamente cada vez que su recuerdo irrumpe en la conciencia.

Quizás por todo esto la doctrina budista esté tan en auge en occidente: un filosofía de vida basada en la renuncia a todo es la vacuna más eficaz frente a la angustia de elegir.

En este mundo líquido dónde las propuestas de elección y seducción son omnipresentes, cambiantes, engañosas y efímeras, estamos sometidos a un permanente ejercicio de elección, de duda y de renuncias. No es de extrañar que los cuadros patológicos que tienen a la angustia como síntoma principal hayan proliferado de la manera que lo han hecho en esta última década.

A algo de este tema debía referirse Oscar Wilde cuando afirmó: "puedo renunciar a todo menos a la tentación".

Así le fue.