La hermana Isabel murió apedreada en Madrid; el cuerpo de Antonio fue horriblemente mutilado en Barcelona; Ramona firmó su sentencia de muerte cuando los milicianos le descubrieron un rosario bajo su uniforme de enfermera. Son tres de los once religiosos gallegos que sufrieron martirio por su fe en 1936 y que subieron el pasado domingo a los altares en la ceremonia de beatificación de 522 mártires de la guerra civil española que se celebró en Tarragona. La persecución religiosa en la zona republicana durante la guerra se saldó con un total de 6.832 víctimas mortales, de las cuales 13 eran obispos, 4.171 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 religiosas.

Pocos días antes de desencadenarse el conflicto fratricida era martirizada en Madrid la religiosa coruñesa María del Consuelo Remiñán, hija de una familia de agricultores de Coristanco. Franciscana misionera de la Madre del Divino Pastor, la hermana Isabel se encontraba enferma de lupus tuberculoso cuando los disturbios revolucionarios se intensificaron en la capital. Dejó el hospital donde estaba ingresada y se refugió en un piso con otras hermanas. Ante los continuos registros, el 7 de julio de 1936 decide volver al hospital pero los milicianos la descubrieron en la calle. Según algunas versiones, murió apedreada; otros aseguran que su cuerpo fue brutalmente destrozado tras ser atado a dos camiones.

Nada más estallar la Guerra Civil, el 22 de julio moría fusilado en Montoro (Córdoba) el carmelita Ramón María Pérez Sousa, natural de Xinzo de Limia. Fue detenido en la madrugada del día anterior en el convento de Montoro cuando se encontraban rezando en la capilla. Apenas una semana más tarde, el 2 de agosto, perdía la vida en el Cuartel de la Montaña de Madrid el capuchino compostelano Fernando Olmedo Reguera.

Por esas mismas fechas, el sacerdote ourensano Eladio López Ramos, de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, tuvo que abandonar el colegio de la orden en Madrid y refugiarse en una pensión, no sin antes haber declarado que era sacerdote y que estaba dispuesto a realizar el sacrificio de su vida si el Señor se lo pedía. La dueña de la pensión era católica practicante, pero tenía en el servicio una muchacha de ideas antirreligiosas que lo denunció. Eladio fue detenido por los milicianos del Ateneo Libertario el 7 de agosto junto con otros dos sacerdotes. Fue condenado a muerte y fusilado; su cadáver apareció en la mañana del día 8 de agosto de 1936. Tenía 32 años.

Dos días más tarde, el 10 de agosto de 1936, sufría martirio en Barcelona otro religioso ourensano, el mercedario Antonio González Penín. Hondamente piadoso y mortificado, había destacado por su afán de servicio en la comunidad como portero, sacristán, sastre y cocinero. Al dispersarse la comunidad se refugió en casa de un matrimonio amigo, desde donde pudo contemplar la profanación y quema de imágenes sagradas. Poco después se trasladó a la casa de un sacerdote, José Tolosa. El 9 de agosto de 1936, sobre las diez de la noche, se presentaron allí numerosos milicianos y otras personas buscando a dos curas; hicieron levantar al hermano de la cama. Declaró que era religioso mercedario, y al negarse a revelar el paradero de los otros monjes empezaron a maltratarlo de palabra y de obra, con blasfemias y obscenidades, haciéndole marcar el paso. Poco después los milicianos se marcharon pero les dijeron que iban a volver. Esta espera la pasaron en oración. Entre la una y las dos de la madrugada volvieron dos jóvenes que de nuevo los maltrataron y se los llevaron en un vehículo. Al día siguiente aparecieron los dos cadáveres en el depósito del Clínico; estaban irreconocibles. Fray Antonio estaba horriblemente mutilado por golpes de arma de fuego, con un ojo arrancado, fracturas en ambas piernas, la boca destrozada y cercenados los genitales. Entró en el depósito a las cinco de la mañana del 10 de agosto.

Sor Ramona Cao Fernández, de A Rúa de Valdeorras, había trabajado como enfermera en el Hospital de mujeres Incurables de Madrid, el Hospital militar de Sevilla y el Sanatorio antituberculoso El Neveral de Jaén. Destacó por su celo apostólico, su compasión y sensibilidad ante el dolor de los pobres y enfermos, su piedad y su devoción al Señor crucificado. Murió a los 53 años por llevar el rosario de Hija de la Caridad escondido bajo su uniforme de enfermera.

Ramona y su compañera Sor Juana Pérez Abascal fueron expulsadas del sanatorio de El Neveral y detenidas tras ser acusadas falsamente de un robo en Jaén. Al ser juzgadas no se pudo probar la acusación y fueron puestas en libertad, pero no encontraron lugar de refugio en aquella ciudad y se vieron obligadas a trasladarse a Madrid en un tren lleno de presos políticos. A pesar de sentir miedo, antes de renegar de su fe subieron al tren en Alcázar de San Juan, en medio de insultos y un tumulto feroz. Iban vestidas de enfermeras de la Cruz Roja pero conservaron su rosario de Hijas de la Caridad debajo del uniforme de enfermeras. Este hecho las identificó como religiosas y fue la razón de su martirio en la matanza del llamado primer tren de la muerte. Fueron sacadas del tren, arrastradas por el suelo, insultadas y finalmente fusiladas por su condición religiosa en el Pozo del Tío Raimundo el 12 de agosto de 1936.

Dos días más tarde, el 14 de agosto, encontró el martirio en Gijón Ricardo Atanes Castro, sacerdote de la Congregación de la Misión (vicenciano) que había nacido en Cualedro (Ourense) el 5 de agosto de 1875. Tras ser ordenado sacerdote el 27 de mayo de 1899, su primer destino fue México, donde pasó 14 años simultaneando la docencia en el Seminario diocesano con la predicación del evangelio a los indios mayas. En 1914 fue destinado a Estados Unidos, de donde regresó en 1924 para ejercer su labor en Ourense. En 1935 fue enviado a la residencia de Gijón.

Se conserva una carta suya de joven a un formador del seminario, contándole su labor misionera entre las montañas de México y donde le habla con alegría de la posibilidad de morir mártir. Al padre Atanes lo llevaron prisionero a una cárcel improvisada para religiosos en el Colegio de los Jesuitas de Gijón. Lo incluyeron en la matanza del 14 de agosto, junto a siete sacerdotes seculares, cuatro capuchinos, tres de ellos sacerdotes y tres jesuitas. La saca se montó como un espectáculo de masas, conducidos en pleno día en un camión descubierto, que circulaba despacio por las calles de Gijón entre los gritos de la multitud.

Entre las víctimas de ese mismo día se e ncontraba el sacerdote capuchino lucense Joaquín Frade Eiras, conocido en la orden como Berardo de Visantoña.

En Valencia, perdía la vida unos días después la religiosa gallega María Luisa Bermúdez, de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Al llegar la persecución, las doce hermanas que formaban la co