-Su abuela falleció en el año 1983, cuando en España ya había finalizado el franquismo y se había restaurado un sistema democrático. ¿Cómo vivió ella ese cambio?

-Con mucha ilusión. Con mucha ilusión de que las cosas cambiasen. Ella viajó varias veces a Cangas y visitó siempre la tumba de su marido, en Pontevedra. Con la llegada de la democracia ella sentía que se iban a dar los cambios que tanto ella como mi abuelo querían.

-¿Cuál es su opinión como descendiente de represaliados del proceso de transición?

-Yo creo que es muy lenta. En España estas cuestiones no se dirimieron en su momento y todavía está en el aire la cuestión de la represión franquista. La gente no sé si se da cuenta de lo sucedido y a mí me gustaría que fuese diferente, que todas estas historias saliesen a la luz y que se pudiese hacer justicia. Todos los emigraron murieron con sed de justicia y todavía están esperando...

-Resulta curioso que hoy sea precisamente desde Argentina desde donde se impulse la investigación sobre esos crímenes.

-Eso está bueno, pero la justicia no es sólo eso. No es sólo llevar lo que sucedió a los tribunales, sino que también es afrontar el cómo han quedado en la memoria colectiva las injustas muertes de tantos y tantos españoles y que todavía hoy no tienen luz. Se dice 'no hay que revolver el pasado', pero ese pasado sigue siendo presente y hoy somos los nietos de los represaliados los que piden justicia. No es sólo que se persiga a los culpables, sino esa memoria colectiva de lo que sucedió, limpiar los símbolos franquistas y esa historia que han escrito solo los vencedores.