Celosos, infantiles, egoístas, paranoicos, asfixiantes... Las denominadas personalidades tóxicas son muchas y variadas, pero todas coinciden en que no aportan nada positivo a una relación, ya sea sentimental, de amistad, laboral o, incluso, familiar. Más bien todo lo contrario: acostumbran a traer consigo malos rollos, echan por tierra cualquier intento de crear vínculos sanos y cordiales, tratan por todos los medios de absorber psíquicamente a los demás, no paran de pedir y son, en definitiva, auténticos maestros del arte de la manipulación.

El psicólogo argentino Bernardo Stamateas, autor del superventas Gente tóxica, define a los individuos con este tipo de personalidades como "adictos emocionales con muy baja empatía que necesitan dominar a los demás para poder sentirse bien". El miedo y la culpa son las dos emociones básicas de las que, según Stamateas, se sirven para manejar a su antojo a los demás, y lo hacen "de una forma premeditada, consciente y reiterada", advierte.

"Aunque se utilice una terminología novedosa para referirse a este tipo de personalidades -hay quien habla de 'gente tóxica', otros se refieren a ellos como 'vampiros emocionales', etc., términos o etiquetas que, en ningún caso, están reconocidos por la literatura científica- o de relaciones, lo cierto es que estamos hablando de algo que ha existido siempre", aclara Carlos Álvarez, especialista del la sección de psicología clínica del Colexio Oficial de Psicoloxía (COP) de Galicia, quien señala que, en cualquier caso, todas estas denominaciones engloban "un perfil en el que una persona está siempre por encima de otra, ejerciendo un dominio y un control sobre ella". "No estaríamos hablando solo del ámbito de la pareja. Este tipo de situaciones pueden darse en el trabajo, en un grupo de amigos y hasta en el entorno familiar", apunta Álvarez.

Partiendo de esta premisa, es más que probable que todos o casi todos hayamos coincidido o vayamos a hacerlo en algún momento de nuestra vida con una persona con marcados rasgos tóxicos o que entablemos alguna relación que nos cause más perjuicios que beneficios. ¿Es posible contener el poder contaminante de estos individuos? ¿Existe algún antídoto eficaz contra su veneno? Los especialistas insisten en que el primer paso es "identificar" la situación. "Si la persona que está siendo víctima de una relación de ese tipo no es consciente del problema, difícilmente va a poder salir de él", advierte Carlos Álvarez. A partir de ahí, el psicólogo clínico del COP-Galicia recomienda tejer una estrategia que refuerce la autoconfianza de la persona sobre la que el tóxico en cuestión ejerce su control. Y en último caso, poner tierra de por medio. Salir corriendo. Cuanto más lejos, casi siempre, mejor. "En la clínica, la estrategia debe ir dirigida al fortalecimiento de víctima, trabajando aspectos como la autoestima o la asertividad. Aprender a manejar determinadas situaciones y adoptar herramientas para poder enfrentarse cara a cara con algunas personas es crucial para salir ileso ante ciertos comportamientos", remarca Álvarez.

Los especialistas admiten, sin embargo, que no es lo mismo tener que poner límites a una persona tóxica con la que no existen lazos afectivos, que tener que hacerlo con alguien que forma parte del entorno más cercano, como pueden ser la pareja, la familia, el jefe o los compañeros de trabajo. "A veces se pierde la perspectiva, y se acaba viendo como normal una situación que para nada lo es", sostiene el psicólogo clínico del COP-Galicia. Un autoengaño que no hace más que "prolongar una relación insana". Stamateas, por su parte, recomienda en Gente tóxica dejar bien claro cuáles son nuestros objetivos y determinar nuestras elecciones con los vínculos afectivos. "Nuestros afectos tienen que estar basados en el amor, no en el toma y dame, por lo que lo más fácil es buscar gente que nos aporte o añada valor, no que nos reste", recuerda.