La raíz de la crisis desatada en la Iglesia de Mallorca es el vínculo de Javier Salinas con una integrante de su equipo episcopal. La intervención firme del Vaticano, adonde el obispo viajó la semana pasada para dar explicaciones durante cuatro días, se sustenta en el voluminoso aporte documental acusatorio efectuado desde el entorno de la colaboradora. Todos los participantes en el conflicto lucen impecables credenciales católicas, y pertenecen a la alta sociedad mallorquina.

La participación de detectives privados da idea del encono de las denuncias contra Salinas. Los investigadores de una agencia palmesana ya desaparecida buscaron pruebas contra el obispo y su colaboradora, en el propio Palacio Episcopal. El informe resultante consta de ocho folios y contiene varias fotografías, en las que aparece la imagen del prelado. Las entradas y salidas del recinto no se corresponden con el horario ni desempeño laboral.

El informe de los detectives contratados por anfitriones del obispo fue remitido a la nunciatura de la Santa Sede en Madrid, donde monseñor Renzo Fratini sigue los acontecimientos con interés y al minuto aunque desbordan su competencia. El trabajo de los investigadores ha sido calificado de "indiciario pero no definitivo", por expertos en las labores de seguimiento. Tanto el entorno como la personalidad afectada dan cuenta de las serias implicaciones de lo ocurrido.

El nombramiento efectuado por el obispo en su círculo íntimo de colaboradores ha sido tildado de "conflictivo" por conocedores de las interioridades de la diócesis. De hecho, Salinas se vio obligado a anularlo en el breve plazo de un mes, ante las repercusiones familiares y sociales. Para entonces ya había adquirido consistencia una denuncia por múltiples vías, que partió como es frecuente de la revisión de una factura telefónica. La multiplicación de llamadas, en horario intempestivo y con una extensión desacostumbrada, supuso la espoleta de la indagación posterior.

El informe de los detectives se complementa con una declaración personal del círculo de los afectados. Redactada con un lenguaje descarnado, formula una acusación rotunda en términos eclesiásticos contra el obispo. Fue confeccionada por triplicado. Una copia fue entregada al prelado en su propio palacio, otras dos fueron remitidas a la nunciatura de Madrid y al Vaticano, obligado a tomar cartas en el asunto ante el cariz de los acontecimientos.

Los efectos institucionales del conflicto se superponen con los dramas familiares en que se ve envuelto Salinas. La crisis se tradujo hace dos semanas en la ruptura de un matrimonio católico de larga duración, a través de una demanda sustanciada en los tribunales civiles. Los acontecimientos se han venido escalonando desde el pasado verano.

El viernes 27 de noviembre, el jesuita Luis Ladaria oficiaba en la basílica de San Francisco la misa que inauguraba el año Ramon Llull. La visita del Secretario para la Congregación de la Doctrina de la Fe, el mallorquín de peso más acentuado en las esferas vaticanas, no fue ajena a que Salinas se viera obligado a viajar a Roma con premura la semana siguiente. Según fuentes próximas a lo ocurrido, las posibilidades abiertas al prelado no son halagüeñas. La Santa Sede no sería muy propicia a saldar lo ocurrido con un mero cambio de destino.

Las hipótesis planteadas ante la peliaguda situación de Salinas oscilan desde una petición para que se replantee su condición sacerdotal, hasta el retiro en una congregación católica que remataría su trayectoria episcopal. En cualquier caso, con el apartamiento de las labores pastorales. El prelado en cambio no se rinde, y reaccionó a la desmoralización inicial con la voluntad de mantenerse en el palacio investigado por los detectives.

Todos los datos divulgados sobre la crisis que ha puesto en el disparadero al obispo proceden de las personas afectadas, que han trasladado voluntariamente una relación antaño amistosa al Vaticano. Más allá de la estupefacción que han generado los acontecimientos en el seno de la comunidad católica, porque Salinas ha presidido las cenas de mayor ringorrango de la aristocracia local, las repercusiones se propagan a la sociedad mallorquina en su conjunto.

En efecto, la vulnerabilidad de Salinas debilita su papel como guardián del patrimonio eclesial. Asimismo, se resiente su figura como líder del clero mallorquín, azotado por casos de pederastia que han lesionado el prestigio de la diócesis. La fragilidad sobrevenida del obispo ha ocasionado una curiosa realineación de los sacerdotes mallorquines. Aunque los destinatarios de su política de dureza se regocijan internamente de las tribulaciones actuales del prelado, tampoco les desagrada su continuidad malherido.

La delicada situación del obispo a raíz del conflicto con su círculo íntimo ilumina su escasa combatividad en asuntos relativos a su magisterio, como el derribo del monolito de sa Feixina con símbolos católicos o la retirada del crucifijo del salón de plenos de Cort.