En medio de las encarnizadas negociaciones para el histórico acuerdo climático en París, ha habido un punto en el que la unanimidad ha sido casi absoluta desde el comienzo: el papel del presidente de la cumbre y ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius. Su rol de muñidor en la conferencia COP21 ha dado nuevos bríos a la añosa diplomacia gala, nostálgica de su glorioso pasado y en horas bajas dentro del nuevo orden mundial que se está diseñando. Su discurso al presentar el acuerdo final ante los negociadores de los 195 países, emotivo y razonado al mismo tiempo, fue el broche a una labor que tanto los gobiernos como las ONG han calificado de impecable. A ello ha contribuido el carácter sosegado pero firme de Fabius. Su flema quebró por segundos a lo largo de su alocución, cuando, al borde de la lágrima, fue interrumpido hasta en siete ocasiones para ser ovacionado.

Horas después, nada más golpear con el martillo para aprobar el acuerdo, no pudo evitar un discreto lloro. Los rumores sobre su estado de salud no han apagado el trabajo de Fabius a lo largo de las dos últimas semana, culminado con una vigilia casi permanente durante las últimas noches.