Rosa Fernández tiene 55 años y, en 2013, le diagnosticaron cáncer de ovario, la misma enfermedad que se llevó a su madre cuando ella apenas superaba la veintena. Rosa, que trabaja desde hace tres décadas en el Centro Oncológico de Galicia, donde en la actualidad es coordinadora de Enfermería, asegura que el diagnóstico no le sorprendió. "Llevo muchos años trabajando con pacientes oncológicos, y tanto por los síntomas como por las pruebas que me estaban realizando, estaba convencida de que tenía la enfermedad", señala.

Tras el diagnóstico, que ella misma comunicó a su familia, Rosa fue intervenida quirúrgicamente y se sometió a un tratamiento de quimioterapia. "Hoy en día, la quimioterapia es mucho más llevadera que hace unos años. Me traté aquí, en el Oncológico (algunos compañeros que también sufrieron la enfermedad, porque no soy la única -recalca-, prefirieron hacerlo en otros centros, pero yo consideré que no iba a estar mejor en ningún otro sitio) y, en general, lo llevé bastante bien porque era consciente de que unos días me iba a encontrar mejor y otros iba a estar muy cansada, más revuelta... Quizás lo que me sentó peor fue que hasta en tres ocasiones me tuvieron que retrasar el tratamiento porque tenía las defensas muy bajas, y yo lo único que quería era acabar cuanto antes y curarme", recuerda.

Aunque antes de iniciar la quimioterapia Rosa ya estaba al tanto de los cambios que iba a experimentar su cuerpo, reconoce que la caída del cabello fue "lo más duro". "Me compré una peluca, pero cada vez que me la quitaba en casa y me miraba en el espejo me daba un cierto bajón... Verme sin pelo me recordaba siempre la enfermedad", remarca.

Pese a todo, la coordinadora de Enfermería del Oncológico admite que afrontó mejor su enfermedad que la de su madre. "Cuando mi madre enfermó lo pasé muy mal. Ella era tan joven -tenía 46 años-, y yo también, y le quedaba tanto por vivir...", recuerda, emocionada. "Mi familia lo llevó un poco peor. Aún así, preferí mantenerlos informados siempre de todo, incluso a mi padre, de 84 años, le dije lo que me pasaba: que tenía cáncer, que me iban a operar y que después tendrían que darme tratamiento, que se me caería el pelo y estaría más cansada de lo habitual... Para mí fue muy positivo mantenerlos al tanto de todo, me dio tranquilidad no tener que ocultarles nada, y como ellos me veían animada... Además, durante el tratamiento nació mi nieto, y eso fue una inyección de energía para toda la familia. Lo único que me dio mucha pena fue no poder ir a verlo al hospital, porque estaba hecha polvo...", recuerda.

Tras un año de baja, una vez finalizado el tratamiento y ya recuperada, Rosa se reincorporó a su puesto de trabajo en el Oncológico. "Pese a haber recibido aquí la quimioterapia, no me costó nada volver, lo estaba deseando", sostiene la coordinadora de Enfermería del centro coruñés, quien al igual que todos los pacientes que han superado la enfermedad, se somete a revisiones periódicas, en la actualidad "cada seis meses". "Lo de las revisiones sí que me da mucho miedo. Cuando se acerca la fecha me pongo muy nerviosa y, una vez que me dan los resultados y me confirman que está todo bien, trato de olvidarme por completo hasta la siguiente", reconoce.

Rosa espera que su testimonio sirva para "animar" a otras personas que estén pasando por la enfermedad, que vean que "se puede salir adelante". "Hoy en día el cáncer es una dolencia muy común. Por desgracia, mucha gente se muere, pero cada vez somos más los que podemos contarlo", subraya la coordinadora de Enfermería del Oncológico, quien reconoce que, en ocasiones, cuando ve a alguna paciente con el mismo tipo de cáncer que ella sufrió y que lo está pasando especialmente mal, le cuenta su experiencia. "Ver a una persona que ha pasado por lo mismo y que ahora está bien suele animarlas mucho", concluye.