Casi con monosílabos Alejandro responde las preguntas sobre los últimos cuatro años de su vida, en los que comenzó a interesarse por las apuestas, póquer primero y competiciones deportivas después, y transformó el ocio en ludopatía hasta acumular una deuda de 40.000 euros. Todo ello antes de que muchos de sus amigos y él mismo concluyan sus estudios o logren el carné de conducir.

Alejandro estudiaba un ciclo de electrónica en Carballo y es el pequeño de tres hermanos. Tenía 17 años y el juego atrajo paulatinamente su atención de manera tímida, poco a poco, al amparo no solo de internet, sino también de las tragaperras tradicionales situadas en las cafeterías. Asegura que no vulneró la ley y no apostó antes de cumplir los 18 años. Pero a partir de ahí todo se produjo a velocidad de vértigo y emprendió un viaje que ha convertido su vida y la de su familia en un infierno, cargándolos con una abultada deuda y un disgusto inolvidable.

Como era lo que más a mano tenía, comenzó a echar unas monedas a las tragaperras y después se introdujo en el póquer por internet hasta que llegó a las apuestas deportivas. "Hubo algún día en que llegué a perder 2.000 o 3.000 euros", recuerda sin precisar, a pesar de la dimensión de las cifras para un chaval que no trabajaba.

Alejandro no tenía un empleo, así que la paga o algún ahorro no satisfacía su cada vez más acusada ludopatía. Y recurrió al robo para continuar apostando, tarea a la que también dedicaba lo que ganaba con esas prácticas en un círculo vicioso. "Les cogía la tarjeta bancaria a mis padres sin que lo supiesen, pero un día me pillaron", confiesa sobre un modus operandi acompañado de la interceptación de cartas del banco. Cuando sus padres lo detectaron, la deuda ascendía, cuenta, a 40.000 euros.

Desde el pasado mes de febrero está a tratamiento en una asociación a la que lo llevaron sus hermanos, sorprendidos como el resto de su familia. Ahí este joven coruñés recibe consejos como cambiar de círculos sociales si en ellos también se encuentran jóvenes que apuestan, aunque ellos no desarrollen conductas adictivas, como la mayoría de personas que opta por estas prácticas. Este joven coruñés también recibe terapia de grupo una vez a la semana gracias a la labor de la asociación.