Cuando Facebook compró WhatsApp en febrero de 2014 por 15.000 millones de euros, el CEO de esta última, Jan Koum, escribió en su blog: "Esto es lo que cambia para vosotros los usuarios: nada". Es decir, la adquisición no iba a significar "nada". Pero la frase de diez palabras ha tardado poco más de dos años en llevársela el viento.

WhatsApp acaba de anunciar que modifica la política de privacidad de su servicio y ahora pasa a compartir el número de teléfono de sus más de 1.000 millones de usuarios con Facebook. El cambio en las condiciones de uso es un documento de 22 páginas. El apartado que se refiere a la cesión del número de teléfono a la red social de Mark Zuckerberg son cinco párrafos escritos de una forma muy sutil. En total, 463 palabras.

Resumiendo, lo que explica en las condiciones de uso, esas que todos nos leemos antes de darle al botón de aceptar, es que usará esta información "para mejorar tu experiencia con la publicidad y los productos en Facebook". Es decir, ofrecer un contenido (publicitario y de sugerencias de amistades) mucho más ajustado a cada usuario.

Al medio segundo de conocerse la noticia, internet se inundó, a la misma velocidad, de quejas por este movimiento que atentaba contra la intimidad y de artículos de cómo evitar que WhatsApp le dé tu teléfono a Facebook. Es cierto que hay una opción para desactivar esta funcionalidad, pero ¿alguien puede creerse que Zuckerberg no tiene ya nuestros móviles, ya sea a través de WhatsApp (aunque lo haya anunciado ahora); del mismo perfil de Facebook, de Instagram o de Messenger (estos dos últimos servicios también propiedad de Facebook)? Seríamos muy ingenuos si pensásemos lo contrario.

Recientemente, un estudio del Cyber Forensics Research & Education Group de la Universidad de New Haven, en Estados Unidos, alertó de que WhatsApp guarda un registro de las llamadas que hacemos, quién las recibe y su duración. ¿Alguien se cree a estas alturas de la historia que Facebook y WhatsApp no compartían información?

Hace unos días, una amiga se vanagloriaba de que no había pagado nada por WhatsApp. No pude más que sonreír. Sí, sí que has pagado. Y más de lo que tú crees, pensé.

No podemos criticar ahora que Facebook quiera nuestro número de teléfono, cuando ya lo tiene todo de nosotros, porque nosotros se lo hemos dado: cómo nos llamamos, dónde vivimos, dónde trabajamos o estudiamos, dónde hemos ido de vacaciones, las fotos de nuestros hijos, de nuestros gatos? Sabe la comida que comemos, la cerveza que bebemos, qué inclinaciones políticas tenemos, lo que nos gusta, lo que nos encanta, lo que nos divierte, lo que nos alegra, lo que nos asombra, lo que nos entristece, lo que nos enfada... En fin. Lo sabe absolutamente todo de nosotros.

Facebook, Google, WhatsApp, Instagram, Twitter... son gratis, pero pagamos su uso con nuestros datos personales, que luego los aprovechan para ganar dinero. Mucho dinero. Siempre hay que pensar que cuando algo es gratis es que el producto somos nosotros.

Para todos los que se quejan de que este movimiento es una cesión de su privacidad tienen dos soluciones. La menos drástica es cambiar de aplicación. Line o Telegram son mucho mejores que WhatsApp. La segunda solución, y aunque suene a película de espías, es que si no quieren perder el control de sus datos personales no usen internet. O que hagan como Mark Zuckerberg que tapa la webcam y el micrófono de su portátil con esparadrapo.