El torero Juan José Padilla ha sufrido este sábado una dura cogida en la plaza de La Misericordia de Zaragoza cuando recibía a portagayola a un toro de Cuvillo. El diestro, que perdió un ojo en una dramática cogida en el mismo coso en 2011, fue arrollado por el astado y tuvo que abandonar el albero conmocionado.

Padilla encajó el golpe en la cara, en la parte en la que luce el parche, y se desmayó tras alcanzar el burladero. Sin embargo, Padilla hizo gala de nuevo de una gran entereza y volvió al ruedo para lidiar el sexto toro de la tarde.

Con la plaza a rebosar de un público expectante y antes de que saliera al ruedo el primer toro, Padilla usó los micrófonos de la televisión para, como hiciera Cayetano días atrás, dedicar su aliento al famoso niño Adrián, enfermo de cáncer, y de paso retar a los antitaurinos.

Y, también como su compañero hace unas jornadas, tras el brindis se fue directamente a recibir de rodillas al de Núñez del Cuvillo a la misma puerta de los chiqueros.

Parecía que la arriesgada larga cambiada a portagayola se resolvía con éxito cuando, en el último instante, el animal levantó la cabeza y golpeó con la punta del pitón sobre la parte izquierda del rostro de Padilla. Sí, exactamente a la altura del parche que oculta los destrozos que le causó al torero aquella otra cornada de hace cinco años en esta misma plaza.

Público y toreros, conscientes de la escalofriante coincidencia, observaban impactados cómo Padilla intentaba recuperarse junto al burladero, sin que se conociera la gravedad del percance hasta que el jerezano se dejó llevar en volandas a la enfermería.

Morante de la Puebla tomó las riendas y se encargó de la lidia de ese primer toro, al que sacó dos estimables series de derechazos mientras al de Cuvillo le duró el fuelle.

Después se supo definitivamente que Padilla saldría a matar a su segundo en el último lugar de la corrida. Y el diestro salió para llevarse una oreja, provocó una explosión de júbilo cuando apareció de nuevo por la puerta de la enfermería antes de que se soltara al sexto.

Para compensar el mal trago, el destino le tenía guardado al jerezano el regalo de un toro dulces embestidas con el que se pudo explayar en su personal tauromaquia, ante una plaza entregada y que le tiene adoptado como torero predilecto.

Los gritos, casi de estadio de fútbol, de "¡Padilla, Padilla! surgieron del tendido en varias ocasiones, después que, con total entrega, saludara a ese su único toro de hoy hasta con tres largas cambiadas de rodillas.

No bajaría ya el nivel de emoción en un espectacular tercio de banderillas protagonizado por el propio matador, ni tampoco en un inicio y en un final de faena también de hinojos, por mucho que en la parte mollar del trasteo sobresaliera más la calidad de las embestidas que la de la muleta.