La auxiliar de enfermería gallega Teresa Romero, primer caso de ébola infectado fuera de África durante el brote de hace dos años, admite que mientras permaneció ingresada en el hospital Carlos III de Madrid llegó a suplicar a dos compañeros que le atendían que le "ayudaran a morir" ante la situación que estaba viviendo. "Me faltó una línea, la cruzaba y fin... Sentía que la muerte me acechaba", reconoce en un artículo publicado en la revista científica Enfermería clínica, donde tres profesionales que la atendieron detallan la prevención y cuidados de enfermería que se llevaron a cabo durante su ingreso.

El artículo incluye la perspectiva de la propia Romero en una entrevista realizada en diciembre de 2015, un año después de haber estado casi un mes ingresada bajo aislamiento estricto tras haberse infectado al atender en Madrid a un misionero repatriado desde Sierra Leona. La auxiliar relata su experiencia desde que fue trasladada en ambulancia hasta el Carlos III, donde ella trabajaba. "Había hecho ese camino miles de veces, desde la entrada del hospital hasta la sexta planta, pero esta vez lo hacía como paciente y no como trabajadora del centro", cuenta Romero, que admite que la "llave" de su curación fue la "esperanza" que le infundieron sus compañeros durante el tiempo que estuvo ingresada.

En los primeros momentos sintió "pánico" y una sensación de impotencia al verse "en un abrir y cerrar de ojos" en una habitación oscura y sin información de lo que estaba sucediendo. De hecho, apenas un día después sintió que sus pulmones empezaban a fallar y le costaba respirar y, en esa situación de agonía, fue cuando al entrar dos compañeros a aumentar su caudal de oxígeno les suplicó que le ayudaran a morir. "Un ente apoyado en mi hombro me esperaba tranquilo. Algo que no se puede explicar con palabras. Todavía hoy en día no sé cómo pude salir de ahí", según Romero.

De la fase más crítica admite tener muy pocos recuerdos ya que, al estar dormida, la mayor parte del tiempo no era consciente "del dolor, angustia y miedo que en ocasiones se tornaba de auténtico pánico". "El resto del mundo no existía, solamente era yo luchando por sobrevivir. Me confortaba saber que tenía conectada una bomba de perfusión donde se podía leer la palabra morfina", admite.

Durante esta etapa fue tratada con el suero de la hermana Paciencia, que había sobrevivido a la enfermedad en Liberia, y un fármaco experimental, el antiviral favipiravir, del que recuerda su "buen sabor". Además, Romero también admite que cuando dos compañeros le comunicaron que su analítica PCR había dado negativo y ya estaba curada, en lugar de alegrarse "rompió a llorar" por el recuerdo de su perro, al que las autoridades sanitarias habían ordenado sacrificar para evitar posibles contagios.