Un viaje de carretera hacia un funeral enmarca la última novela de David Trueba, Tierra de campos, la historia de un músico que regresa al pueblo en el que nació su padre para darle sepultura. Responsable de piezas como Vivir es fácil con los ojos cerrados, el cineasta y escritor estará esta tarde en la Fundación Luis Seoane, donde hablará de su obra a partir de las 20.00 horas.

- Aborda de nuevo la juventud, un tema que ya había tratado en otros de sus trabajos, ¿por qué le interesa esa etapa vital?

-La adolescencia es importante porque es el despertar de tu vocación profesional. Es una etapa de tu vida en la que se toman muchísimas decisiones que, sin tú saberlo, son fundamentales en el desarrollo de tu vida. Como en este caso, en el que el personaje empieza a tocar como un juego y se convierte en su profesión.

- Su padre era de Tierra de Campos, el lugar que da nombre a la novela. ¿Es un homenaje?

-Más que un homenaje a él, es un homenaje a una generación que con sus rudimentos y su poca formación académica, tuvo mucho instinto de superación. Pasaron una época muy mala del país y, con mucha dignidad, nos dieron a la generación que veníamos después un mundo mejor en el que vivir. En ese sentido, hay un reconocimiento de ese esfuerzo, que seguramente de muy joven no sabes hacer. Pasados los años, te das cuenta de que todo lo que tenían de autoritarios o de antiguos, lo tenían también de dignidad y de sabiduría secreta.

- ¿Por eso esa pregunta constante del protagonista sobre lo acabamos heredando?

-Claro. Es una pregunta que creo que todos nos hacemos. A mí me gusta decir que la relación de las personas con sus padres es una relación de ocupación. Es decir, vas reconociendo a tus padres a medida que ocupas los lugares y las edades que ellos ocuparon, y te vas haciendo esa pregunta que el protagonista se hace, de hasta qué punto heredas cosas que ni sabías que habías heredado.

- ¿Por qué escogió a un músico como personaje principal?

-Porque tienen un oficio sobre el que se había escrito muy poco, cuando es una profesión que define muy bien el cambio generacional que sucedió en la España de los 80. No había nada más enfrentado que la forma de entender la vida profesional de un agricultor de campo, frente a un cantante. Al final la literatura es la chispa que dejan los enfrentamientos. Sin conflicto no hay narración.

- Habla del choque entre la generación que sufrió la guerra y la de los 60. ¿La diferencia era más marcada entonces, o lo sigue siendo?

-En el libro se dice algo que corresponde exactamente a mi propia experiencia. Mi padre nació cuando se estaba desarrollando la Primera Guerra Mundial, en una aldea donde su modo de vida se parecía más al de la Edad Media que al de 50 años después. Y yo nací a las dos o tres semanas de que el hombre llegara a la Luna. Con lo cual, la perspectiva de la sociedad era completamente distinta. Es muy importante, en esta sociedad tan compartimentada en la que vivimos, que salgamos de esa especie de algoritmo por el cual alguien ha decidido que ya sabe cómo somos sin ni siquiera preguntarnos.

- ¿Qué papel tiene para ello la novela?

-La novela tiene que jugar un papel muy importante para restablecer los vínculos entre personas distintas, que se dedican a cosas distintas y tienen edades diferentes. Y también para hacer entender que el ser humano está en una tesitura donde puede compartir muchísimas cosas con gente que le es ajena. No creo que debamos obedecer a quienes nos archivan y nos domestican haciendo que solo nos relacionemos con los que en apariencia son lo más parecidos a nosotros. Creo que tenemos que romper esos esquemas y ver el mundo con los ojos de otros, que es finalmente en lo que consiste la ficción.

- ¿Por eso introdujo la cultura japonesa, por la diversidad?

-Claro. Necesitaba también en el libro plasmar que, en el momento en el que a una persona se le resquebrajan todas sus certezas, está bien irse al modo de vida contrario. El personaje se va a Japón y eso le abre una nueva perspectiva vital. Creo que mucha gente tendría que hacerlo. A veces somos demasiado temerosos de salir de nuestro jardín, cuando hay otros jardines igual de valiosos que el nuestro que están al alcance de la mano para conocerlos.

- Uno de sus personajes pierde la vida a causa de las drogas, uno de los grandes problemas de los 80. ¿Quiso recordarlo?

-Sí, aunque había muchos elementos en esa juventud que creo que se repiten. Los jóvenes siempre necesitan experimentar, llegar a tocar los límites para ver cuán firmes son. Está el mundo de las drogas, de la transgresión? Y luego también están los límites de las costumbres, es decir, hasta dónde se puede aceptar a personas que tienen costumbres distintas. Yo agradezco mucho a personajes muy heterodoxos que sirvieron para ampliar mis límites. Creo que nuestra generación tiene una gran deuda con ellos, como con las mujeres de la generación anterior, que abrieron un mundo más igualitario.

- El apego a un lugar al que considerar el hogar es otro de los temas que toca. Usted lo atribuye a las generaciones pasadas, ¿ahora estamos desarraigados?

-No, lo que ocurre es que antes existía una tierra muy identificada con nuestro origen. Y creo que, a partir de la híper comunicación en la que vivimos, ya no podemos ignorar que somos como somos porque hemos tenido influencias que vienen de todas partes del mundo. No podemos pretender ser personas como aquellas que habían nacido en un pueblo y volvían a él porque era lo que habían vivido hasta los 15 años como algo único.

- ¿Lo pretendemos?

-Lo que existe ahora es una especie de imitación desesperada de eso, porque la gente tiene miedo de darse cuenta de que vivimos en un mundo donde esas paredes han caído, y recupera los instintos de folclore y nacionalismo. En algunos casos está bien recuperarlos para reconocer de dónde venimos, pero en otros hay una especie de reivindicación casi artificiosa y que se puede convertir en algo peligroso. En el fondo, es una negación del tiempo que nos ha tocado vivir.