Aunque quienes lo padecen no se lo creen, es una infección muy común, que debe ser diagnosticada y tratada por el médico. En la mayoría de los casos es provocada por un herpesvirus simple tipo 1 y se caracteriza por la presencia de ampollas dolorosas de pequeño tamaño en los labios, mejillas, encías, paladar, mucosa oral, faringe y nariz. Resulta muy incómoda, produce dolor y genera inseguridad a los pacientes porque afecta a su apariencia física.

Se contagia con facilidad, tanto de manera directa como indirecta. La directa es por contacto piel con piel; la indirecta se produce por objetos contaminados por el virus (toallas, vasos, etc.) compartidos con un enfermo. Especial mención merece el contagio orogenital al practicar sexo oral, que puede diseminar el virus de una zona a otra.

Los síntomas son fácilmente reconocibles: inicialmente sienten quemazón, picor, sensibilidad y hormigueo en la zona; a continuación aparece una erupción alrededor de los labios, ampollas pequeñas con un líquido amarillento en su interior, dolor en la zona afectada, encías sangrantes, mal aliento e inflamación ganglionar. La fiebre puede presentarse o no.

El diagnóstico se hace por observación directa de las vesículas y la sintomatología descrita por el enfermo. También se puede realizar un cultivo del líquido contenido en las ampollas que confirmará la sospecha de la viriasis.

El tratamiento puede resultar innecesario porque se cura por sí mismo en 7 a 10 días. Se recomienda lavar las ampollas suavemente con agua y un jabón antiséptico (sin frotarlas para evitar la diseminación del virus) y aplicar hielo o bolsitas de té frías para reducir el picor.

A nivel farmacológico se administran antivirales (normalmente aciclovir o valaciclovir) en forma de pomadas, comprimidos, colirios, etc., que deben ser prescritos por el médico y aplicarse desde el momento en que se notan los primeros síntomas.

Para reducir el dolor se usan analgésicos como el paracetamol o metamizol. Para tratar la fiebre, en su caso, antitérmicos. Podría resultar conveniente utilizar parches finos transparentes para proteger la zona evitando su irritación, reducir el contagio, minimizar el picor y favorecer la cicatrización. Consulta a tu médico y/o farmacéutico, ya que puedes encontrarlos en las farmacias.

La prevención del contagio y transmisión a otras zonas del cuerpo pasa por:

-Utilizar protector solar de manera habitual.

-Mantener la humedad de los labios usando barras humectantes.

-Evitar el contacto directo con personas que lo padecen, sobre todo en el momento en que se produce el brote.

-Lavar con agua caliente los objetos que hayan estado en contacto con un enfermo y no compartirlos mientras dure la infección activa.

-Aumentar nuestra higiene cuando lo padecemos; simplemente lavarse las manos reduce el riesgo de autocontagio en zonas como los ojos o los genitales.

-Utilizar preservativo y evitar el sexo oral.

-Hacer una vida saludable a nivel de dieta, descanso, ejercicio, etc. para mantener el sistema inmunitario en niveles óptimos.

Las complicaciones son infrecuentes, pero suponen un riesgo para la propia salud; se relacionan con la expansión del virus a otras zonas y la posibilidad de padecer ceguera por infección ocular. Las personas inmunodeprimidas, los bebés recién nacidos, los que no se han tratado adecuadamente o quienes lo padecen en los ojos tienen mayor riesgo. A nivel ocular aparecen queratitis (infección de la córnea), conjuntivitis y blefaritis, con vesículas, hinchazón, lagrimeo, dolor y fotofobia. Entre las complicaciones más graves están la encefalitis y la septicemia cuando la afectación viral es amplia. Especial atención merecen los pacientes con dermatitis atópica, sida, cáncer, etc. porque constituye un nuevo ataque a su sistema inmunitario que puede resultar grave. También resulta peligrosa la aparición de infecciones bacterianas secundarias a la herpética que deben ser tratadas adecuadamente.

La recurrencia es habitual; aparece varias veces y en la misma zona a lo largo de su vida, pues el virus se queda en estado latente en el organismo. Muchos lo asocian con momentos de nerviosismo, cuando hace frío o un calor excesivo, si se padecen otras enfermedades virales (como la gripe) que debilitan el sistema inmunitario, en el embarazo, al consumir ciertos alimentos, con algunos tratamientos farmacológicos, la luz excesiva, la fiebre, la menstruación, los traumatismos, etc.