La intrahistoria de un premio
Jonás Fernández
A principios de enero, almorzaba con Diego Canga, entonces en la Comisión Europea, en un restaurante germano a medio camino entre el Parlamento y la sede del ejecutivo. Nos habíamos cruzado en varias ocasiones en los aeropuertos, le había regalado mi libro Una alternativa progresista y nos habíamos emplazado a comer en alguna ocasión. Aquel día ya se rumoreaba que podría moverse al gabinete del recién elegido Presidente del Parlamento, Antonio Tajani, noticia que me confirmó rápidamente.
En el almuerzo, mientras dábamos cuenta de un schnitzel, fuimos saltando de un tema europeo a otro, hasta que Diego me dejó caer la idoneidad de que la Unión Europea compitiera este año por el Premio de la Concordia de la Fundación Princesa de Asturias. Ambos coincidimos en que el 60 aniversario de los Tratados de Roma era una buena efeméride que celebrar. Pero, además, ese reconocimiento, en estos momentos de tribulaciones, debería suponer una inyección de esperanza para el proyecto europeísta. El acto de entrega de los Premios, a mediados de octubre, un mes de después de la elecciones alemanas, se perfilaba también como un momento clave en el calendario, en la medida que todos estamos anhelando ese relanzamiento de la Unión para finales de año.
La idea quedó en el aire, el trabajo diario nos fue absorbiendo a ambos, pero justo 48 horas antes del cierre del periodo de presentación de candidaturas, me vino a la cabeza aquella conversación y sin demorarme más, presenté el proyecto de la Unión a los Premios. Hubiera preferido que esa presentación hubiera tenido un respaldo coral, pero el tiempo apremiaba. Así que me lancé y me comprometí a buscar apoyos en una campaña universal.
Informado Diego, ambos iniciamos la búsqueda de respaldos. La asociación Compromiso Asturias XXI resultaba una buena plataforma para esa misión, que Diego activó convenientemente. Yo me centré en el entorno político, europeo y nacional, y en el mundo empresarial y cultural. Rápido comenzamos a recibir esos apoyos, con un entusiasmo inusitado. Todos compartíamos el momento delicado de la Unión, pero también creíamos que ese premio debería reconocer los valores y principios del proyecto europeísta. Podía representar un acicate para que la Unión avance de una vez en temas permanentemente pospuestos o muy mal resueltos por los Estados miembros, como el sistema de acogida a los refugiados, que la Comisión y el Parlamento impulsó aunque siempre con la distancia de los gobiernos nacionales, que lo han bloqueado hasta hoy.
En fin, finalmente la Fundación ha decidido otorgar el Premio a la Unión. Lo celebro y agradezco a todos los apoyos su respaldo en este proceso, así como al Jurado y al conjunto de la Fundación.
Nos queda ahora aprovechar este tiempo para hacer de la ceremonia de entrega un reconocimiento a los valores europeos. Una gran oportunidad también para tejer alianzas dentro de Europa que nos sirvan de plataforma de crecimiento y para mirar más allá, en un momento clave para resituar nuestro proyecto de futuro. Lo conseguiremos.
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