Sin ser un remake al uso, la alargada sombra de la primera versión cinematográfica de El seductor, la dirigida por Don Siegel en 1971, oscurece de manera crucial los logros de La seducción, una película que tiene su mayor acierto en la elección del punto de vista, pero que sufre por no llevar la apuesta hasta sus últimas consecuencias.

Si en el filme de Don Siegel la figura de ese soldado yankee que, herido, se refugia en un internado femenino sureño estaba en primer plano, Sofia Coppola centra el foco en las siete niñas y mujeres de la casa, cuyo universo se verá totalmente trastocado con la presencia, magnética, del desertor.

Esta feminización del punto de vista encaja con los intereses de la directora y responde, también, al desequilibrio en el reparto, en el que Farrell no alcanza, salvo en contados planos, el atractivo de Clint Eastwood en el filme de Siegel, mientras que Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning brillan en cada escena.

Esto se traduce en que el filme gana en profundidad cuando Farrell no está en plano o cuando su presencia se reduce a algo físico.

Como en la extraordinaria escena del baño, en la que la protagonista Nicole Kidman explora la pulsión sexual de su personaje, constreñida por el rígido corsé de la decencia y la educación.

Esa exploración del singular universo femenino del internado se trunca con esa sobreexposición del varón y con un tramo final acelerado, que resume las múltiples seducciones que se dan en el internado e impide dar la necesaria profundidad a los personajes de las niñas (salvo quizás la Amy encarnada por Oona Laurence).

Una circunstancia que deriva en la paradoja de que a una película con un ritmo bastante pausado, como es La seducción, le hubiera venido bien algo más de metraje.