Son las cuatro y media de la tarde y Berta Piñó todavía no ha finalizado su jornada de mañana en el centro de salud donde lleva cerca de treinta años trabajando de médica de familia. Por su consulta pasaron ese día unos cincuenta pacientes. Algunos los conoce bien. Ha atendido a familias enteras, desde los abuelos a los nietos. Y pesar de la carga de trabajo que soporta, no se lo pensó dos veces cuando en 2016 decidió aplazar su jubilación. "Estoy acostumbrada a la presión. Mis hijos ya son mayores y toda mi vida se desarrolla en torno al trabajo. Necesito un motivo para levantarme", relata.

La vocación no muere con los años. Y la experiencia aumenta. "Me gusta lo que hago, tengo conocimientos adquiridos que puedo transmitir, estoy en condiciones de seguir aportando tanto a nivel de formación como de técnicas quirúrgicas y puedo operar igual que hace años", explica Jesús Araújo, otorrino con 66 años cumplidos. "Es verdad que depende de las condiciones físicas. Igual dentro de un tiempo no estoy para estar doce horas en el quirófano. Ahora lo sigo haciendo. Y cuando no pueda, podré aportar otras cosas como formar a otros médicos", apunta.

Y si la sanidad pública no quiere "aprovechar este capital humano", estos facultativos advierten que en las clínicas y hospitales privados no hay límite de edad. "Se los rifan porque son profesionales de alta calidad", explica Manuel Martín, que con 66 años sigue trabajando de médico de familia y conoce los casos de otros compañeros a los que obligaron a jubilarse forzosamente y terminaron montando su propia consulta o trabajando para la sanidad privada. "Se desperdician a muchos facultativos en plenitud de su carrera", lamenta.

Berta Piñó, Jesús Araújo y Manuel Martín pudieron aplazar su retiro porque la Consellería de Sanidade decidió hace dos años flexibilizar la jubilación forzosa impuesta en 2012 a los 65 años. Anteriormente los facultativos podían continuar en activo hasta los 70, pero en plena crisis económica las políticas de austeridad obligaron a adoptar medidas para reducir las plantillas de las administraciones públicas.

Manuel Martín explica que la mayor parte de los médicos se incorporaron al Sergas en la década de los setenta y, por esta razón, ahora se encuentran todos en una franja de edad a punto de jubilarse. "Con la obligación para retirarse a los 65 años se pasaron de frenada. Se generó un hueco tremendo y las plantillas quedaron escuálidas", lamenta.

Se produjo "una pérdida de valor del sistema de salud", en palabras de Jesús Araújo. "Yo llevo 41 años trabajando. Tengo ahora 66 y me sigo formando, voy a cursos, congresos, aprendo nuevas técnicas. Es una pena que todo ese capital se tire por la borda de golpe a porrazo", advierte.

Este otorrino, sin embargo, puede seguir trabajando gracias a que cuando cumplió los 65 años, Sanidade ya había abierto de nuevo la puerta a que los facultativos continuaran, al menos dos años más. Ahora el Sergas se plantea, ante la falta de especialistas, ampliar ese límite de edad a los 68 años.

Su permanencia en activo, según defienden los médicos, ayudaría a paliar este déficit de especialistas. Además, formar a un médico es un proceso largo. "Los conocimientos tardan mucho en adquirirse", explica Araújo. De hecho, hay algunas técnicas que solo dominan unos pocos facultativos, muchos de ellos veteranos.

En el caso de la medicina familiar, la edad tiene otro plus, además de la experiencia: la confianza con los pacientes. "Es fundamental. Cuando les llamas por teléfono, por ejemplo, ya te sabes su historia, qué le pasa al hijo, quién es el padre. Y la gente mayor sobre todo ya se ha acostumbrado a ti", explica Berta Piñó, que reconoce que su posible jubilación causa inquietud en algunos de sus pacientes. "Me preguntan a menudo: ¿pero sigues verdad? ¿De momento no te vas?", relata.

Esta médico de familia, que lleva trabajando desde el franquismo, reconoce que la sanidad ha mejorado mucho pero tras los recortes que hubo durante la crisis, "la situación se puso difícil". "Cada vez que me dan las cuatro de la tarde, yo salgo a las tres, y todavía sigo en el ambulatorio, me pregunto: ¿quién me mandaría pedir la prórroga?", vacila. De hecho, reconoce que este año fue especialmente duro por la epidemia de gripe y se replantea si pedir otra prórroga para trabajar un año más.

Manuel Martín, sin embargo, todavía no ve cercana la fecha para abandonar el centro de salud. "Yo estoy encantado. Voy a intentar seguir trabajando", explica. En todo caso, estos facultativos, con más de 65 años, tienen que pasar anualmente evaluaciones de salud.

"Pero la edad no importa. Hay gente con 60 años que está quemada y otros con 70 están estupendamente", dice Berta Piñó. De momento, a ninguno le tiembla el pulso y la pasión por la medicina sigue intacta.