Facebook vuelve a estar en el ojo del huracán. Pero esta vez va más en serio. La empresa británica Cambrigde Analytica obtuvo en 2014 información de más de 50 millones de usuarios de esta red social. Lo anterior es muy grave, pero más grave es que esos datos, aseguran, sirvieron para que Trump ganase las elecciones de 2016. Pero esto último es ciencia ficción.

A raíz de esta información he leído frases como "Cambridge Analtytica construyó una herramienta que con toda probabilidad ayudó a que Trump ganase las elecciones" o que esta empresa "presuntamente utilizó esa información para construir un programa informático destinado a predecir las decisiones de los votantes e influir en ellos". ¿Con toda probabilidad? ¿Presuntamente? A ver, que esto es serio, ¿lo hizo o no lo hizo?

Queda muy bonito asegurar, como he oído en congresos sobre redes sociales ante un público ávido de frases grandilocuentes, que Facebook nos conoce mejor por las interacciones que realizamos en esta red social que nuestra madre. Quien haga esta afirmación es porque no conoce a la mía.

Lo que tiene de nosotros Facebook son retazos de nuestros gustos y hábitos, pero no son ni lo suficientemente numerosos ni relevantes para crear un perfil psicológico completo de un votante.

¿Alguien se cree que porque le doy un me gusta a los post brillibrillis de La Vecina Rubia o al último vídeo coñero de Cabronazi ya me conoce? En serio, por la mañana tienes un vecino de lo más normal al que conoces de toda la vida y por la noche está abriendo el Telediario de La1 porque mató a no sé quién. A la gente nunca terminas de conocerla y nunca sabes cómo va a reaccionar.

Facebook no tiene ni idea de quiénes somos nosotros. Tiene datos de cómo interactuamos, pero eso no es suficiente para construir un modelo psicológico de una persona a la que se la pueda influir en una votación.

Reducir la complejidad de un ser humano a un me gusta en un post de La Vecina Rubia o en un vídeo de gatitos, en definitiva, a una serie de rastros inconexos, deslavazados y aleatorios que vamos dejando, es simplificar mucho las cosas. Los humanos somos simples, pero no tanto.

O dicho de otra forma, deducir de tu actividad en una red social algo que nunca has revelado y predecir tus reacciones ante una nueva información es simplificar el debate.

Cuando no entendemos algo siempre queremos encontrar la respuesta. Y la respuesta a los triunfos de Trump o del Brexit, como no los entendimos, se los endosamos a la influencia que pudo tener Facebook.

Hasta para explicar la victoria de Mariano Rajoy en 2016 se apeló también a las redes sociales. "La gurú de San Francisco que hizo ganar las elecciones a Rajoy", titulaba un periódico en el que explicaba que gracias al uso de las redes sociales el presidente del Gobierno volvió a salir elegido. La gurú llegó en mayo y las elecciones fueron el 26 de junio. ¿Alguien se cree que en mes y medio fue capaz de modificar el voto de millones de españoles?

¿Se puede manipular a los votantes a través de Facebook? No. Porque no ofrece los datos suficientes para hacerlo. Como leí no sé dónde: "Somos influenciables, pero para manipular hay que poder, no basta con querer".

Desde el estallido del escándalo la mejor frase que he leído ha sido que "Facebook y sus secuelas son el cruce mejorado de Hitler y Stalin: el universal control de las mentes".

En serio. Menos películas de los domingos por la tarde y un poco más de sensatez.