Ya somos más de diez millones los españoles que sufrimos alergias de cualquier tipo, y cada día se diagnostica alguno. El sistema inmunitario reconoce como atacantes ciertas sustancias (polen, humo, polvo, ácaros, etc...) denominadas alérgenos y reacciona ante ellos. Así aparecen los síntomas de las reacciones alérgicas. Las causas son múltiples y, aunque parezca increíble, el exceso de higiene y el uso de antibióticos pueden ser de las más destacables. También la contaminación (del ambiente, en el lugar de trabajo, los compuestos químicos de la ropa) sobrecarga nuestro organismo con sustancias irritantes que causan reacciones alérgicas.

La alimentación desempeña un papel crucial. Una dieta con demasiadas proteínas irrita el sistema inmunitario, siendo las de la leche las que ocasionan más reacciones adversas. La dieta puede favorecer una reacción inmunitaria apropiada o por el contrario facilitar la acumulación de toxinas. Algunos alimentos poseen sustancias capaces de suscitar molestas reacciones en personas predispuestas, como las fresas, los mariscos, el pescado azul, las nueces, los cacahuetes, los huevos, el chocolate, los cítricos, los kiwis, los plátanos y los guisantes.

Según algunos investigadores, los medicamentos utilizados para mejorar la alergia están implicados en el crecimiento de la cantidad de alérgicos en las últimas décadas. Los broncodilatadores pueden provocar insomnio, temblores, latidos irregulares, etc...; los antihistamínicos y los antiinflamatorios pueden inhibir el funcionamiento normal del sistema inmunitario, perjudicar al sistema nervioso y aumentar la presencia de tóxicos en el organismo. Debemos tomarlos siempre bajo control médico.

Desde la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, se señala que vivir en la ciudad aumenta un 10% las urgencias hospitalarias por culpa del asma. Cada día existen más personas que reaccionan a los productos artificiales y a los contaminantes presentes en el aire. La gente que vive en el campo desarrolla menos alergias que la que vive en la ciudad, donde se vive aislado de la tierra, las plantas y los animales, pero en medio de agentes contaminantes (formaldehído, monóxido de carbono o partículas procedentes de la combustión del diesel, el contaminante del aire más alergénico que se conoce).

Para mejorar los síntomas, sería aconsejable vivir del modo más natural posible, evitando el contacto con las sustancias a las que se reacciona si la alergia ya se ha desarrollado. Una vez que los alérgenos han sido identificados, se debe minimizar la exposición, por ejemplo, evitando estar fuera de casa a primeras horas de la mañana, cuando los niveles de polen y contaminación son más altos o evitando las alfombras y tapicerías que puedan acumular polvo, etc...

Algunos expertos señalan que para minimizar las alergias alimentarias sería recomendable mejorar la digestión, eligiendo alimentos naturales, integrales y ecológicos. En general, conviene seguir una dieta baja en proteínas, especialmente las de la leche de vaca, pues es una de las más frecuentes. Si sientes molestias de origen desconocido, consulta a tu médico y elimina los productos lácteos de tu dieta para comprobar si desaparecen los síntomas. Puede sustituirse por productos a base de soja (aunque ésta también se encuentra entre los alimentos que más frecuentemente ocasionan reacciones), avena o almendras, por ejemplo.

Si no son los lácteos los causantes de la alergia se puede realizar, bajo control médico, una dieta de supresión de los alimentos que la provocan más frecuentemente (marisco, cacahuetes y otros frutos secos, trigo, huevos, maíz, levadura, café y chocolate). En cambio, se pueden aumentar las cantidades de arroz integral, avena y todo tipo de verduras y hortalizas, especialmente el ajo y la cebolla.

Entre los más de 2.000 aditivos que se utilizan en la industria alimentaria, los que pueden causar reacciones alérgicas son el aspartamo, BHA y BHT, los colorantes azoicos, los parabenos (conservantes), el ácido benzoico (presente en muchos refrescos), los sulfitos (utilizados para conservar ciertos alimentos o mejorar sus cualidades organolépticas; el dióxido de azufre da el brillo a las ciruelas o los orejones) o el glutamato monosódico (potenciador de sabor presente en los platos preparados).

A nivel preventivo suele recomendarse una dieta depurativa: sin hidratos de carbono refinados (azúcar y harina blanca), muy baja en grasas saturadas, sin proteínas de origen animal, con hortalizas y productos probióticos (como el yogur) y beber agua libre de cloro en cantidad suficiente. Consulta a tu médico cuál es tu mejor opción y sigue las pautas que te señale.