Tom Wolfe era casi tan conocido por su atuendo como por su gran estilo satírico. Sureño, esbelto, de ojos azules, traje de tres piezas hecho a la medida, camisa de seda a rayas con cuello alto blanco almidonado, y un pañuelo colorista que asomaba desde el bolsillo, reloj colgando de una leontina, polainas falsas y zapatos blancos, describía su vestimenta como "neo pretenciosa". Él lo era a su manera, en 1962, recaló con el Rey James, Jimmy Breslin, en el Trib ( The New York Herald Tribune), ambos parachutados por su fama de cazahistorias. Más tarde desembarcaron en la revista ( NewYork Magazine) que declaró la guerra al NewYorker, donde según Wolfe habitaban las momias desde los tiempos gloriosos de A. J. Liebling, John Hersey y Joseph Mitchell. El nuevo periodismo era para las momias el legendario artículo de Lillian Ross, publicado en 1948, que reproducía en ágiles diálogos el clima paranoico que se había apoderado de Hollywood tras la caza de brujas emprendida por el senador Joe McCarthy.

¿Acaso no lo había sido también el relato de Truman Capote sobre la matanza de aquella familia de Holcomb (Kansas)? Si todo consistía en contar las cosas de distinta manera introduciendo mecanismos literarios en el lenguaje telegráfico habitual, a veces soporífero, de los periódicos y las revistas de actualidad, ¿descubrían algo nuevo Clay Felker y sus muchachos del NewYork? La respuesta era: un talento explosivo. Mientras Breslin se ocupaba del submundo, Wolfe exploraba en la nueva clase emergente de la década y en la cultura juvenil. Descubrió el nuevo periodismo cuando leyó en la revista Esquire un artículo sobre Joe Luis que a su autor, Gay Talese, jamás le habría publicado el New York Times de acuerdo con las reglas de 1962. ¿Qué demonios estaba pasando?, se preguntó, para que los cimientos del periodismo convencional se moviesen de aquella manera y los reporteros de siempre, embutidos en el corsé de las llamadas publicaciones serias, persiguiesen al personaje y penetrasen en sus entrañas hasta desmenuzarlo. El nuevo periodismo era contar las cosas de manera distinta. Atrapar la película entera, con todas las secuencias, solía decir Wolfe.

Él mismo retrató como nadie la vacuidad de la izquierda exquisita, aprovechando una fiesta ofrecida a los Panteras Negras por el músico Leonard Bernstein, en compañía de otros millonarios neoyorquinos. Efectivamente, el nuevo periodismo consistía en darle la vuelta a la tortilla después de haber batido más huevos de lo acostumbrado. Los que empezaron, Talese, Breslin, Mok, Wolfe, Schaap, etcétera, reporteros estelares de los grandes diarios, el Times, el Tribune, el Post o el Daily News, querían su trozo del pastel al igual que los grandes escritores de ficción.

De ellos sólo queda Talese, como si la vida, efímera, fuese una metáfora oportuna del fin del oficio de saber contar buenas historias.