La justicia se vuelve poética: el año sin Nobel de Literatura será recordado como el año en que nos quedamos sin su eterno candidato, Philip Roth. El escritor norteamericano, fallecido el martes en Nueva York a los 85 años, encabezaba año tras año las quinielas y siempre se lo llevaba otro de menor talento. Sí recibió el Príncipe de Asturias de las Letras en 2012. No pudo asistir a la entrega por una operación de espalda, pero sí estuvieron presentes sus palabras en el Campoamor: el galardón le permitía convencerse de que había un lugar en el mundo donde había conseguido hacerse comprender: "Y nada me haría más feliz".

Hacerse comprender. Una obsesión permanente en la larga y admirable carrera literaria de 31 obras de quien un día de 2010 decidió echar el candado a su creación cuando se dio cuenta de que no podía aportar nada más. Podía permitirse el lujo de hacerlo una de las figuras literarias indispensables de las letras mundiales en la segunda mitad del siglo pasado. Y era, hasta ahora, uno de los cuatro autores vivos más importantes junto a Thomas Pynchon, Don DeLillo y Cormac McCarthy. Un autor que convirtió en negro sobre blanco sus propios claroscuros íntimos, anclados en las aguas fetales de las señas de la identidad judía, que exploró hasta la saciedad, los tormentos y placeres de la lujuria y el riesgo de la traición. Humor amartillado, furia sin bridas, sagacidad y descaro, desgarro y una fe abrumadora en el poder de la ficción para indagar en la relación entre razón y sentimiento.

Nacido el 19 de marzo de 1933 en Newark (Nueva Jersey), Roth pertenecía a la segunda generación de una familia judía emigrada de la región de Galitzia (Polonia/Ucrania). Siempre tuvo claro que su misión como escritor era fotografiar con palabras los Estados Unidos sin dejar rincón alguno por el camino: la historia, las vidas de sus habitantes, sus lugares, sus dilemas alimentados por las dudas, la angustia, el miedo y la confusión. En blanco y negro o a todo dolor.

Como mandan los cánones de gran calibre, Roth se entrenó en las distancias cortas y en 1959 publicó su primer título, Goodbye, Columbus,Goodbye, Columbus una novela corta y relatos que le valieron el premio Nacional del Libro. Nathan Zuckerman, ególatra, irónico y punzante, fue un personaje espejo en el que se reflejaban muchas de las obsesiones del autor, y que levantaron muchas ampollas en sectores judíos neoyorquinos. Apareció por primera vez en Mi vida como hombre (1974). Y volvería en ocho títulos más, entre los que destacan Zuckerman Bound y La contravida.La contravida

Philip Roth exploró las arenas movedizas de la memoria, no le tembló el pulso al mirar cara a cara a la vejez y a la mala muerte, meneó sin recato la iniciación al sexo y se enfrentó sin miedo a la sombra del padre o a los fantasmas de la libertad. La "agonía espontánea" y la "tremenda soledad" que sufría al escribir iba acompañada de "regocijo y gemido. Frustración y libertad. Inspiración e incertidumbre. Abundancia y vacío. Ardor y locura".

Deudas y dolores (1962) fue su primera novela, pero con ella, ni con la siguiente, Cuando ella era buena Cuando ella era buena(1967) logró el espaldarazo que llegaría en 1969 con El lamento de Portnoy's.El lamento de Portnoy's La delirante y freudiana odisea de un tenaz onanista Alexander Portnoy, atormentado por un sentimiento de culpa que surge de su educación judía, tuvo ventas notables (400.000 ejemplares) y levantó gran polvareda. La escena en la que se masturba en un hígado servido luego para cenar fue la comidilla literaria del año. Y Roth se convirtió en un autor que aunaba éxito y prestigio. Alcanzó la cumbre con su trilogía magistral sobre la historia de Estados Unidos Pastoral Americana (1997), Yo me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000). Si existe eso que llaman "la gran novela americana", el primero de esos títulos bien podría hacerse con el marchamo.

Roth jugó las cartas de la ucronía con La conjura contra América (2004), en la que planteaba un país gobernado por el aviador Charles Lindbergh, un antisemita y fascista contumaz que logra un acuerdo de paz con Adolf Hitler. Elegía (2006) abordaba sin tapujos la vejez y la muerte, preocupación que se extendería a Sale el espectro (2007), punto final a su relación con Zuckerman: el calendario es ya un cementerio de días y sueños y recuerdos. El derrumbe aguarda . Indignación. (2008), La humillación (2009) y Némesis (2010), tuvieron una desigual acogida crítica.

Roth se casó dos veces. Primero, con Margaret Martinson (1959-1963). Luego, con la actriz inglesa Claire Bloom, de la que se divorció en 1994 después de un divorcio brutal. Ella le atacó sin piedad en su autobiografía y él hizo lo propio en Engaño.

El cine no estuvo a la altura. Y eso que ya su primer libro se convirtió en película. Adiós, Columbus se estrenó en 1969 y, a pesar de contar en el reparto con una emergente Ali MacGraw, pasó sin pena ni gloria, al igual que Portnoys Complain (1972), La mancha humana (2003), Elegy (2008), La sombra del actor (2014) y Pastoral americana (2016). Cine pequeño aplastado por la gran literatura.