Desde la publicación de Goodbye, Columbus (1959) hasta la inmensidad que lleva por título Némesis, Philip Roth sufrió una prolongada agonía de más de medio siglo. La historia de un escritor discreto que buscó con afán luz "entre lo turbio y nublado", abriéndose paso en la jungla del papel. Cada novela suya es un ejercicio de supervivencia, grabando negro sobre blanco su propia vida hasta convertirse en, a juicio de muchos lectores, el gran escritor norteamericano de la segunda mitad del pasado siglo XX.

Pero mejor huir de las clasificaciones, que generan polémicas estériles. Roth lanzaba en el año 2012, el de la concesión del premio Príncipe de Asturias de las Letras, un mensaje de socorro: "si pudiera dejar de escribir, lo haría; pero no sé cómo hacerlo". A esas alturas su editorial norteamericana ya había asumido que Némesis había sido la última novela del escritor.

Cuando uno bucea en ese estremecedor relato de análisis de la vulnerabilidad humana siente la tentación de entender al viejo novelista en su deseo íntimo de apagar la pantalla del ordenador, alcanzada la meta última, superada la frontera final. Dicen que le ocurrió lo mismo a Juan Rulfo con su Pedro Páramo, versión literaria del escalofrío del alpinista que instala su huella en el Everest y comprende que jamás podrá escalar más alto. Rulfo no tuvo valor para seguir probándose, pero Roth se exprimió al máximo en una batalla sin concesiones ni tiempos muertos. Más de treinta títulos lo atestiguan.

Las últimas novelas de Roth fueron un intento ya muy evidente de saldar cuentas consigo mismo, una reflexión permanente y a veces un tanto claustrofóbica en la que se reflejaban miedos universales. Llevaba mucho tiempo diciéndonos adiós.

Y entre esas novelas de reencuentro y examen hay una que los expertos casi nunca incluyen entre los faros literarios que alumbran la biografía de Philip Roth pero que explica al personaje con la claridad de una mañana de primavera. Patrimonio. Una historia verdadera es un descarnado homenaje familiar, un diario a través de la enfermedad terminal de su padre. El viejo, el hijo, el desencuentro, la despedida que todos sienten y todos callan... las palabras que se quieren decir pero se bloquean en la garganta del desencanto.

Hay en los argumentos de muchas de las obras maestras de Roth un particular viaje a los infiernos, pero también encontramos una invitación final a adentrarse en mundos de paz efímera. Nada más liberador que el primer rayo de sol tras la tormenta. Tiene Roth fama de escritor triste, pero se trata de una desafortunada etiqueta. Lean las últimas páginas de Patrimonio y entenderán por qué lo digo.