Te das cuenta muy pronto de que Save me no es una serie policiaca al uso. Con las costumbres a las que nos ha habituado tanto la fórmula americana como la europea. De hecho, es inevitable preguntarse si es justo colocarle esa etiqueta. Porque sí, hay policías que investigan (ni buenos ni malos sino todo lo contrario), hay sospechosos habituales o no, hay pesquisas, hay crimen y hay palizas. Pero no importa tanto resolver un misterio como profundizar en los personajes que salen a la palestra durante al arduo proceso que va desde la desaparición de una niña hasta la resolución del caso. No hay prejuicios que valgan, no hay culpables a los que amarrar las previsiones, no hay grandes hallazgos ni momentos de acción con los que engrasar la atención de la audiencia. De hecho, el primer acelerón dramático pilla por sorpresa porque hasta ese momento Save me parecía un confortable drama costumbrista con escuetos toques d humor. Costumbrismo de barrio maltrecho y humor amargo junto a la barra y la birra, con relaciones directas y mucho juego indirecto de rabia y abandono. Y entonces llega la policía, entra en la casa, detienen al protagonista y le preguntan qué ha sido de su hija, a la que no ve desde hace... ¿Por qué hay llamadas perdidas de la niña de 13 años a ese hombre con el que no tiene trato? ¿Por qué...?

Escrita y protagonizada con gran acierto en ambas facetas por Lennie James (Morgan Jones en The Walking Dead y el superintendente Tony Gates en Line of Duty), Save me dibuja a un hombre al que le gustan las mujeres y de vida un tanto desordenada. El director es Nick Murphy, ganador del Bafta en 2009 a mejor drama por la serie Occupation, y que aplica a la historia un oportuno tratamiento de realismo a menudo sucio, y con no pocas situaciones de alta tensión en las que el aire se corta con un cuchillo. Nunca mejor dicho. El humor que destila la serie no se basa en ocurrencias o gags sino que nace en la propia personalidad de los personajes, en su forma de afrontar los problemas sin perder su carácter. Sobre todo, ese padre que, de pronto, encuentra una razón para salir del pozo cuando más abajo se encuentra dentro de él, obligado por las circunstancias a meterse en una ciénaga donde la maldad amenaza a los más inocentes. Buscando a su hija, arrepentido por no haberle hecho caso durante tanto tiempo, ese padre al filo del abismo indagará en su propio pasado, en las situaciones que le hicieron ser como es. Aquí no hay inocentes, y mucho menos cuando hablamos de un problema infernal en el que se abusa de niños con fines repugnantes. Sin caer en lo escabroso, y evitando cuidadosamente el morbo pero sin descartar el horror, Save me expone con crudeza ese drama que afecta a miles de personas, y lo hace sin convertirlo en materia prima de thrillers que deben mantener un suspense como sea. Al contrario, el ritmo pausado que apenas acelera y siempre se mantiene dentro de los límites de un realismo bien administrado, hace que la progresión no sufra caídas y alcance en su último y contundente capítulo una intensidad que deja el ánimo por los suelos. Para levantarse quizá.