La economía tiene en sus orígenes como disciplina del conocimiento una veta moral que se degrada a medida que gana terreno hasta convertirse en la reina de las ciencias sociales. Una entronización a la que contribuye la matematización de la disciplina, que consagra una pretendida solvencia científica. La fuerza de los mercados se sostiene en buena parte sobre esa apariencia de exactitud, sobre las leyes inexorables que establecen sus teóricos, pese a que el acontecer muestra que sus saltos y mutaciones llegan a resultar impredecibles. De la última sorpresa todavía estamos recuperándonos y no todos. Ese ente inasible que llamamos mercado, con capacidad para materializarse de forma brutal en nuestras vidas, ha conseguido adueñarse de todo, también de los principios de una sociedad compasiva, hasta convertirse en un argumento inapelable como sostén de políticas y comportamientos.

La propuesta de Michael J. Sandel (Mineápolis, 1953), quien amenazaba con convertirse en un eterno aspirante al Princesa de Asturias, consiste en atajar ese proceso y recuperar el lugar que a la moral le corresponde en el espacio social. Supone sustituir, en definitiva, la fe ciega en los mercados por la deliberación pública sobre la ética que necesitamos. A la defensa de ello se dedica tanto desde su cátedra de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard como en su notable y exitosa producción editorial. Sandel triunfa en lo académico y como autor, pese a que la materia de su reflexión es ya de por si un inconveniente para acceder a un público mayoritario, por su capacidad de insertar la reflexión filosófica en la existencia cotidiana. En sus libros desmenuza situaciones ordinarias (la monetarización de los regalos, los carriles de pago en las autopistas, la comercialización de los permisos para contaminar, los vientres de alquiler, la licencias para cazar especies protegidas?) pero con el propósito de inducir al lector a la reflexión, sin establecer un código estricto de comportamientos que reduciría sus libros a tratados de buenas conductas.

Michael J. Sandel nos habla de la mercantilización de los derechos, de cómo las reglas del mercado desplazan otras normas que deben estar presentes en la sociedad para corregir la tendencia regresiva hacia la jungla. "La economía fue convirtiéndose en un dominio de dimensiones imperiales", asistimos a "la expansión de los mercados, y de los mercados de valores, hacia esfera de la vida a las que no pertenecen", escribe en Lo que el dinero no puede comprar (Debate, 2013). El proceso de intrusismo progresivo se reduce a que "pasamos de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado", un salto conceptual que consiste en que "una economía es una herramienta" mientras que "una sociedad de mercado es una manera de vivir".

La crisis reciente no consiguió arrumbar "la persistencia del prestigio del pensamiento mercantil pese a su fracaso", uno de cuyos efectos es "el intento de desterrar toda noción de la vida buena". El debate sobre el papel de los mercados es insuficiente y su presión sin límites "ha drenado el discurso público de toda energía moral y cívica y ha contribuido a la política tecnocrática, de mera gestión, que hoy aqueja a muchas sociedades". Una consecuencia perversa de esa intromisión es que "cuanto más extienden los mercados su alcance a esferas no económicas de la vida, tanto más se enredan en cuestiones morales". Los mercados no operan con la asepsia de los modelos de los economistas, "encarnan valores" por lo que "la economía tiene al cabo que tratar de la moralidad".

"Necesitamos un vida cívica más robusta y comprometida que esta a la que nos hemos acostumbrado", concluye Sandel en Justicia (Debate 2011). Es necesario reforzar el músculo social con valores como el altruismo, la generosidad y la solidaridad, que atenúen la creciente grieta de la desigualdad, una gran amenaza. En definitiva, en lo individual y en lo colectivo hay que "preguntarse en última instancia por el tipo de sociedad en que deseamos vivir".