Desinhibirse y ser más sociable, relajarse, ligar más, simplemente experimentar o incluso por presión del grupo, para no sentirse inferior, para parecer "guay"... Esas son las motivaciones que los jóvenes gallegos alegan para consumir desde LSD a hongos, pasando por ketamina, éxtasis, burundanga, ayahuasca, GHB, poppers o droga caníbal, lo que se denominan "nuevas sustancias psicoactivas" o drogas emergentes, como explica el profesor Antonio Rial Boubeta. En torno a 11.000 chicos de 14 a 24 años probaron alguna vez este tipo de drogas, que están en el punto de mira de los expertos en prevención no solo por su prevalencia, que ven "preocupante" -entorno al 4,6% y va a más-, sino porque las consideran una "bomba de relojería" dado que sus propiedades orgánicas o psicoactivas son "en muchos casos poco conocidas e impredecibles".

Eso no impide que hasta los menores admitan haberlas experimentado alguna vez en su vida, confesión que realizan tres de cada cien encuestados que no cumplieron todavía los 18 en el estudio en el que Rial Boubeta, por la Universidade de Santiago, y Manuel Isorna, por la de Vigo, analizan también la sumisión química. Otro de los aspectos que exploraron en el trabajo piloto, que ahora aspiran a ampliar, entre estudiantes gallegos desde 2º ciclo de la ESO hasta la universidad, fue el consumo de estas sustancias.

Las razones que explican su interés, además del "palatino" aumento de usuarios o sus efectos sobre el organismo, es que la disponibilidad o accesibilidad informada por los jóvenes es "elevada, en buena medida", explican, "como consecuencia de la globalización y acceso masivo a internet, la proliferación de las llamadas growshops o tiendas especializadas y festivales", y que la percepción del riesgo "es muchísimo menor de lo deseable". Y, si la hay, sus expectativas les "compensan". "Todo ello", señalan los autores del estudio, "conforma un caldo de cultivo peligroso" y consideran preciso conocer bien el consumo, y para ello ampliar la muestra de estudiantes, con el objetivo de entender el fenómeno y que así se puedan diseñar nuevas estrategias de prevención.

Los datos del estudio piloto, con más de 1.500 entrevistas hechas este año, revelan, según los investigadores, que aunque los niveles de consumo son relativamente bajos por separado, cada vez se detecta más presencia de setas u hongos (2%) y cómo persisten sustancias "no tan nuevas", como el éxtasis (un porcentaje similar).

Los consumos aumentan conforme lo hacen los años y se duplica en la transición del Bachillerato a la universidad, y es "incluso mayor" en FP (8,5% frente al 7,3% entre universitarios). Rial Boubeta e Isorna destacan, por un lado, que "debe llevar a la preocupación" constatar que el 3% de menores de edad estarían consumiendo "ya" estas sustancias, y, por otro, que las mujeres también se están incorporando al consumo: un 4% frente al 5,4% masculino.

Los investigadores advierten de que no se trata de un consumo "anecdótico o aislado", ya que el 95% de los que toman estas sustancias dan positivo en un test (el Crafft) de detección de problemas con las drogas. Además, como sucedía con otros psicoactivos, la probabilidad de consumo aumenta entre quienes llegan más tarde a casa, disponen de más dinero, conocen a amigos que consumen o al ir de botellón. En concreto, indican que participar "regularmente" en estos foros multiplica por tres la probabilidad de consumo.

La ingesta de este tipo de sustancias, avisan, tiene efectos sobre la conducta: llega a multiplicar por cinco las prácticas de riesgo o consecuencias negativas, como acudir a urgencias (12%), mantener sexo sin protección (38%) o tener que tomar la píldora del día después (19%). También se dan problemas con la policía (24%), dificultades para concentrarse (34,5%), lipotimias (38%), meterse en peleas (30%), mantener relaciones sexuales no consentidas o de las que luego se arrepintieron (10%) o ir con un conductor drogado (46%).