Cuando hablamos de machismo a menudo pensamos sólo en hombres y en situaciones de extrema gravedad como cuando se producen abusos o violaciones. Pero hay una forma de machismo más soterrada y ejercida por aquellas exparejas, tanto hombres como mujeres, que no aceptan que les abandonen. Estas personas heridas consideran que siempre habrá una factura pendiente de pago a su favor. Y tratarán de boicotear al otro hasta el fin de sus días. Pero eso no es lo peor, lo más grave es cuando esa factura compromete también a los hijos.

En la actualidad, la gran mayoría de parejas que se divorcian prefieren asumir una custodia compartida. De hecho hay datos que muestran que en 2018 estas custodias se han triplicado y han pasado de ser la excepción a ser la generalidad. La idea de que los niños puedan estar el mismo tiempo con padre y madre parece ser el ideal a seguir. Pero la realidad dista mucho de la teoría puesto que todo dependerá de la buena o mala sintonía entre progenitores. Cualquier custodia puede convertirse en un infierno si la sintonía es mala.

Afortunadamente son muchos los que respetan tanto la figura del padre como la de la madre y deciden ejercer su derecho a una maternidad-paternidad plena actuando con la mejor voluntad y con la intención de crear un ambiente propicio para que los niños puedan desarrollarse. Este es el mejor escenario y el mejor ejemplo que se les puede dar a los hijos. Resumido en esta frase; "Papá y mamá ya no se aman pero se respetan y a pesar de sus diferencias por nosotros harán buen equipo".

Pero hay otros muchos casos en los que esto no es posible y se cae en boicotear a las exparejas en vez de alinearse con ellas en la crianza y educación de los niños. Las personas que actúan desde la rabia y el más puro egoísmo no siempre son conscientes de ello.

Algunos y algunas piensan que la custodia compartida es una custodia de bloques en la que no tiene por qué haber diálogo, ni comunicación. Simplemente los niños pasan la mitad del tiempo entre sus cuatro paredes; una semana aquí y otra semana allá, independientemente de quién esté en casa.

Este asunto puede generar un gran estrés en la familia. Los niños nunca saben con quién estarán, si con la canguro, los abuelos, o la tata y el progenitor con más disponibilidad asiste al absurdo de que sus hijos se queden al cuidado de terceros cuando en realidad podría asumir la guarda perfectamente.

Los niños deben estar donde esté el padre o la madre en cuestión. Ese es el auténtico hogar y más si la relación es buena.

La custodia compartida sólo será un éxito si se crean dos territorios afines para que los asuntos del día no se conviertan en un lastre.

Cosas pequeñas como la ropa, los juguetes (que van y vienen), los deberes, las extraescolares, las citas médicas, los viajes, las colonias, o los cambios de colegio se convertirán en un suplicio y se utilizarán como auténticas armas arrojadizas si no hay diálogo posible. A veces la situación se vuelve completamente insostenible. En tal caso no hay que olvidar que siempre debe prevalecer el bien del menor y si es necesario debe valorarse hacer un peritaje y proponer un cambio de custodia.

No hay duda de que los niños tienen una gran capacidad de adaptación pero a la vez son las grandes víctimas de estos procesos de ruptura tóxicos. Y desgraciadamente ese machismo soterrado, tanto femenino como masculino, y pocas veces reconocido suele ser una de las causas que avive el conflicto entre progenitores. Esa cuenta pendiente de la que hablaba al principio.

Esa desconfianza en el otro no es más que rabia y dolor mal gestionados.

Un divorcio parte por la mitad a la familia pero la herida nunca cicatrizará si los padres no sanan.