Con la leche entera ha ocurrido algo similar que con el pan de trigo. En cuestión de décadas, ha pasado de ser un alimento fijo en el menú diario, a ir eliminándose de las neveras, reemplazado por la semidesnatada o desnatada y últimamente por falsas leches -luego se han dejado de etiquetar así, por no serlo-; es decir, líquidos de soja, almendras u otras composiciones vegetales. Todo esto, fermentado por la publicidad de lo bajo en colesterol y el afán cada vez mayor de la sociedad de consumir alimentos sanos y con menos contenido en grasa. La población, con índices cada vez mayores de obesidad y sedentarismo, busca lo ligth.

Un estudio realizado en veintiún países de los cinco continentes que acaba de publicar una reputada revista científica ( The Lancet) indica, no obstante, que los lácteos no son tan malos como los han pintado. Es más, su consumo podría tener beneficios cardiovasculares, según los más de 136.000 participantes analizados entre enero de 2003 y el 14 de julio de 2018. Y mejor, si son enteros. A los participantes, los entrevistaron para conocer sus hábitos alimenticios y los han seguido una media de algo más de nueve años.

En general, las pautas dietéticas recomiendan minimizar el consumo de productos lácteos enteros, ya que son una fuente de grasas saturadas y se presume que afectan negativamente a los lípidos en sangre y aumentan las enfermedades cardiovasculares y la mortalidad.

Y, a pesar de estos resultados, científicos y médicos creen prematuro dejar de seguir las recomendaciones oficiales de minimizar el consumo de derivados lácteos con toda su grasa.

Entonces, ¿son un sinsentido estos resultados? Quizás no tanto. Varias nutricionistas gallegas consultadas apuntan a la vitamina D, presente solo en la grasa de la leche. Es decir, cuando la consumimos descremada, desnatada o semi, nos estamos perdiendo el aporte de una vitamina, la D, de la que estamos escasos en nuestra dieta y a la que cada vez se atribuyen más superpoderes: desde efectos antiinflamatorios a anticancerígenos.

"Estoy de acuerdo con el aspecto de que los lácteos no son malos per se, ya que últimamente están demonizados", confiesa la nutricionista gallega Amil López. "El aumento del sobrepeso y la obesidad quizás tiene más que ver con el creciente consumo de hidratos de carbono", asegura, "y no tanto de grasas". "Y, si consumimos los lácteos desnatados, perdemos vitaminas liposolubles como la D, de la que se están dando suplementos porque hay carencia y también las vitaminas K1 y K2 que mejoran el envejecimiento prematuro y la flora intestinal", reflexiona. "Los lácteos tienen mucho que aportar en el tránsito y el sistema inmune", asegura la experta. "Los fermentados como yogur y queso no se deberían de retirar tanto, sino la mantequilla, por ejemplo", añade.

Quizá lo más llamativo del estudio, que aún sigue, es el papel protector que parece tener la leche entera. Entre el grupo de personas que declararon tomar más de dos raciones diarias de lácteos con toda su grasa, unas 27.600, el porcentaje de fallecimientos era significativamente menor que entre los que dijeron tomar menos de media ración de leche o yogures enteros. En el caso de las afecciones cardiovasculares los porcentajes fueron del 3,7% para los primeros y subió hasta el 5% entre los segundos.

"Hay muchos factores que intervienen en los patrones de consumo, ya que la cultura alimenticia es diferente entre los países", comenta la investigadora de la Universidad McMaster (Canadá) Mahshid Dehghan, principal autora del estudio y responsable de la parte de nutrición, según adelantó El País.

"Lo mejor que tienen los lácteos es la grasa, que contiene vitamina D, responsable tanto de fijar el calcio en los huesos, como de ser antiinflamatoria", coincide la bióloga y profesora viguesa, fundadora de "V de vegetal", Silvia Méndez. Aún así, la experta en alimentos desconfía del modus operandi del estudio: "No han hecho una prospección, sino una correlación de datos", protesta.

El estudio PURE, de hecho, solo determinó la dieta al principio del mismo, sin volver a estudiarla en sucesivos momentos. Sin embargo, en nueve años, los participantes han podido cambiarla, ya sea tomando más o menos leche o, simplemente, seducidos por los consejos médicos, pudieron dejar los productos lácteos enteros en favor de los desnatados.