La ceremonia de los premios Grammy de 2011, celebrada en el Staples Center de Los Ángeles, se desarrolló sin demasiados sobresaltos. Entre los premiados destacaron estrellas como Lady Gaga, Black Keys, John Legend y Neil Young, con el único borrón de la ausencia del jamaicano Buju Banton, triunfador en la categoría de Mejor Álbum Reggae por Before The Down.

Si Banton no asistió a su confirmación como rey del Reggae fue por un motivo de fuerza mayor: al día siguiente, el artista iba a comparecer ante un tribunal en Tampa (Florida) para responder a una acusación de narcotráfico y posesión de armas de fuego. Una semana después fue declarado culpable de comprar 5 kilogramos de cocaína con intención de distribuirla y condenado a 10 años de prisión, pena que aún cumple.

No era este el primer lío en el que se metía Banton. Sí el más gordo y el que le acarrearía peores consecuencias, pero no el primero. Para encontrar ese primer escándalo hay que remontarse al lejano 1988, cuando el aún adolescente astro jamaicano grabó una salvajada homófoba titulada Boom Bye Bye, en la que animaba a matar gais a balazos. Eran los días de gloria del dancehall, género musical considerado el precursor directo del reguetón y que combina ritmos electrónicos machacones con letras rijosas y violentas, algunas de ellas con los homosexuales como objetivo.

Como es lógico, la distribución internacional del single provocó una reacción airada por parte de los grupos en defensa de los derechos LGTB. En Jamaica, en cambio, la polémica fue nula porque el desprecio hacia ese colectivo era general. La revista Time definió la isla caribeña como "el país más homófobo del mundo", con una legislación en la que todavía permanece la ley colonial que tipifica la sodomía como delito. Según la organización Amnistía Internacional, los homosexuales de Jamaica, o los que son sospechosos de serlo, son víctimas a diario de tratamiento como enfermos, de acoso policial e incluso de tortura.

En este contexto creció y empezó a crear Banton. Sus años de juventud transcurrieron en las duras calles de Kingston, que no eran mucho peores que las que sufrieron estrellas reggae anteriores como Peter Tosh, Bob Marley y Joseph Hill. La sociedad en la que vivieron no era menos intolerante y violenta que la de los 80, pero jamás se les ocurrió cantar contra los gais. Otra cosa eran sus opiniones personales sobre el tema, que posiblemente estuviesen influidas por su ambiente y su fe religiosa pero que nunca trascendieron a sus canciones, centradas en la defensa de los desfavorecidos y los derechos humanos.

La carrera de Banton siguió precisamente por los derroteros de estos históricos predecesores, aunque nunca logró sacarse su bien ganado sambenito de homófobo. A mediados de los 90, el artista experimentó una epifanía que lo llevaría a abandonar el frívolo dancehall y adentrarse en la tradición del roots reggae que en los años 70 logró que la música jamaicana dominase el mundo. Cuando editó Til Siloh (1994) la isla descubrió a un nuevo Buju, con dreadlocks en la cabeza y una colección de canciones que mezclaban ritmos digitales e instrumentación tradicional, tempos sosegados y letras pacifistas.

Este giro no hizo que los grupos de gays aflojasen su presión, aunque sí aumentó el éxito internacional de Banton. Para muchos melómanos se planteó la vieja disyuntiva de disfrutar o no de la música de alguien cuyas opiniones personales aborrecían. Este dilema es tan viejo como el arte y su debate no cesará nunca ¿Es posible gozar de las novelas de Günter Grass sabiendo que sus primeros pasos -de la oca- fueron al frente de las Juventudes Hitlerianas, al igual que los del actual Papa emérito? ¿Se puede leer a Cela obviando su trayectoria como censor y chivato de la dictadura? ¿No era Picasso un machista que rozó el maltrato en muchas ocasiones además de ser un genio de la pintura, al igual que Dalí presumía de su ferviente franquismo? Por no hablar del colaboracionismo nazi de Coco Chanel, que denunció a su socio judío durante la ocupación para robarle su parte del negocio.

Depende de la conciencia de cada uno separar la persona del artista o aceptar las circunstancias de estos creadores como justificación de sus actos. El propio Banton se explicaba en esta dirección en el documental de la BBC La historia del reggae (2002): "En Jamaica, las leyes dicen que la sodomía es un delito. En Jamaica hay cuatro o cinco iglesias por kilómetro cuadrado y en ellas predican que la homosexualidad es un crimen. Por tanto, ¿Qué era erróneo cuando dije que la homosexualidad era mala?".

Por supuesto que Buju es libre de curarse en salud ante el público occidental con este razonamiento, como son libres las asociaciones LGTB de no creerlo y de informar de la forma que consideren oportuna a quienes organizan y acuden a sus recitales. Para intentar mejorar su mala imagen pública, Banton en 2007 firmó, junto a los también ídolos jamaicanos Capleton, Beenie Man y Sizzla, el manifiesto Reggae Compassion Act, un documento en el que los cuatro cantantes rechazaban el sexismo, el racismo, la homofobia y cualquier tipo de violencia, mientras que exaltaban la libertad, los derechos individuales y la tolerancia.

Por lo menos, el artista jamaicano no intentó mostrarse como víctima de una persecución por su supuesta "incorrección política", a lo que tanto recurre la actual carcundia celtibérica para justificar sus ultramontanas posturas. Sea como fuere, Banton saldrá de la cárcel en diciembre, con una gira ya programada para 2019 y rumores de un nuevo disco grabado entre rejas. El músico que hizo evolucionar el dancehall a algo más rico y complejo, fusionándolo con la herencia de Marley y Tosh, el ídolo jamaicano adorado por millones de compatriotas y melómanos de todo el mundo, volverá a la vida artística y reactivará entonces todos los debates posibles. Excepto el de su gran talento y su no menos enorme bocaza.