La boda. De normal, las bodas, igual que los bautizos, comuniones y hasta funerales, todo tipo de celebración o duelo, cualquier concentración familiar, acarrean unión, reencuentros y felicidad. Pero también, no nos engañemos, desunión, desencuentros y disgustos. No hay bodorrio sin ofensa, malententido, regalo poco acertado, comentario desafortunado, invitado molesto, ausencia destacada (ay, Amador), plato indigesto ni borrachera. Los bodorrios de poderío conllevan también secuestro preventivo de teléfonos móviles y cualquier otro dispositivo susceptible de arruinar una exclusiva. De todo ello hubo en el enlace de José, el viudo de la más grande. De normal, el enfado de las familias, cuando a las familias las hacen de menos (como fue el caso, público y publicitado, de los Rivera-Pantoja- Contreras) es por la ubicación de la mesa y cosas así. Ahora el sitio lo dan las fotos en cuché de revista. La familia, una rama de la familia de Ortega, se duele de eso, de no salir, mientras salen otros, de otras ramas y otros olivos y otros mochuelos. Más mediáticos, eso sí.

El peluquero real. En la larga historia de errores que Peñafiel ha aireado de la reina emérita entre asuntos conyugales, judiciales, temas de Estado y corona, se incluye, a idéntico nivel, un expediente capilar. Es una historia antigua, de cuando la princesa griega se vino a España. Cuenta que su peluquero de cámara -y hablamos de uno de los peinados más inalterables de la historia real- un día fue invitado a acceder por la puerta de servicio, se sintió ofendido y protestó. La emérita, a decir del cronista, se guardó la venganza. En su visita siguiente, halló expedita la puerta principal, y las luces encendidas. Fue el último día que tocó la real testa. Decía Ruphert que a él le habría gustado hacerle moños a la reina pero la asustaba, no por sus artes con peines y tijeras, sino de santero y vidente. Pues igual lo hubiera visto venir. Y se habría hecho ondas surferas o algo.

La báscula. Era el dato que nos faltaba. Sabemos su vida, obra y milagros, sus penas y alegrías, su historial médico y sentimental, sus recauchutados, sus gastos, ingresos y deudas. Ahora el peso. Ese número tan íntimo que suele quedar entre la báscula y tú. Carmen, de las Campos de toda la vida, pesa 58,100 kilogramos. Eso ya sin papada. Su hermana Terelu, 64,800. Te metes en internet, preguntas por un famoso cualquiera y te lo desmenuzan en cifras: edad, altura, talla, número de pie... Pero no sabes sin son cifras de fiar. Jorge Javier te las pesa en directo, igual que les examina la inteligencia o les saca la última lágrima, el último moquillo. Eso que llaman la vida en directo.

Cera. Ya tenían al Nobel, en calidad de novelista, ensayista, autor y actor teatral, vestido con un traje suyo y sin corbata por propio deseo. En la galería de literatos. Han decidido que, como en la vida real, le acompañe ella. Esculpirla ha llevado su tiempo. Normal. A ella, mucho más. Al clon cerúleo de Mario le acompañará el de Isabel en el Museo de Cera de Madrid. Hay otra galería de famosos. ¿Dónde irán a parar como pareja? Un comunicado avisó cuando acudió la reina de corazones "con su habitual elegancia y belleza" (sic) a que le tomaran medidas. Es un proceso abierto. A la reina Letizia, por ejemplo, ya han tenido que remodelarla, actualizarla, ponerla al día.

La alcaldesa. Carmen Lomana quiere ser alcaldesa de Madrid. Teniendo en cuenta que sin tener ni idea de cocina participa en un concurso de cocina, todo es posible. Hace unos años, un sondeo concluyó que si Belén Esteban hubiese concurrido a las elecciones, no municipales sino generales, habría sido la tercera fuerza más votada. Lo de Lomana no pinta tan bien. Una encuesta a pie de calle llevada a cabo por los esforzados reporteros de la prensa rosa no arrojó expectativas halagüeñas. Salvando las distancias, una colega suya, María Lapiedra, estuvo a un tris de ser alcaldesa de un municipio de Lleida. Su partido era el Partido Del Deseo. Los programas de Carmen y María son diferentes en lo esencial, y en lo accesorio. Las dos mujeres, también. Pero digo colegas porque ambas han pasado por el mismo reality y los mismos platós, y María fue una vez donde los cambios de look y, cuando le preguntaron los estilistas a quién le gustaría parecerse, dijo que quería ser como Lomana a los 33. Carmen no cuenta con el apoyo de Antonia de l'Atte, pero como es italiana, y se queja de italianofobia, lo más probable es que no vote en la capital. De la Esteban tampoco. En estilo, y programa, también difieren.