El corazón es una máquina prodigiosa que nos lo da todo, a razón de 100.000 latidos cada día. Y que todo nos lo quita, ya que las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte en el mundo, con 17 millones de víctimas por año. Aristóteles lo veía como el centro supremo de todo, e incluso osó disputarle al cerebro el centro de las emociones, hasta que llegó Galeno. Todo palpita y se siente por encima del tórax. El ingeniero colombiano Jorge Reynolds (Bogotá, 1936) lo sabe bien. "El corazón es mi vida", sentencia. En 1958, inventó el primer marcapasos artificial externo con electrodos internos. El paciente que estrenó el dispositivo vivió 18 años más, hasta los 104. En la actualidad ultima el desarrollo de una versión 3.0 de ese aparato que, según avanza, "los médicos podrán controlar desde un teléfono móvil o una tablet". Ayer impartió una charla en el Muncyt, dirigida a profesorado de ESO y Bachillerato, sobre el funcionamiento del órgano que marca su trayectoria.

- Hablar del corazón con médicos debe ser fácil, ¿qué tal la experiencia con los docentes coruñeses?

-Muy interesante. Hablamos de la ingeniería del corazón, de cómo funciona, y también del papel de la tecnología en la actividad humana, de hacia dónde va a ir el mundo. Fue una tarde muy entretenida. Los profesores interactuaron bastante, hubo algunas preguntas y cierto debate, ya que hay quienes todavía creen que el boom tecnológico actual es algo estacionario.

- ¿Y usted qué cree?

-Que la tecnología ya no es futuro, es presente. Desempeña un papel fundamental en todos los ámbitos de nuestra vida, incluida, por supuesto, la medicina. Los últimos cinco años han sido vertiginosos en lo que avances se refiere, y los años venideros van a serlo incluso más. Todo esto está creando un mundo diferente e increíble. Es una realidad imparable.

- Usted fue pionero en la aplicación de la ingeniería en el ámbito de la medicina. No obstante, desarrolló uno de los primeros marcapasos, un dispositivo que en los últimos 60 años ha salvado la vida a 83 millones de personas en todo el mundo. ¿Cómo vivió el 'estreno' de aquel prototipo?

-Con muchos nervios e incertidumbre. Al paciente, un sacerdote procedente de Ecuador, le fallaba la conducción de los impulsos eléctricos del corazón y lo único que le podía ofrecer su cardiólogo, Alberto Bejarano, era ese marcapasos, que todavía estaba en fase experimental. En aquel momento no era consciente de lo que supondría esa intervención para la medicina, estaba más preocupado por los numerosos problemas técnicos que todavía presentaba el aparato. De hecho, no fui realmente consciente de lo que supuso nuestro trabajo hasta hace pocos años.

- ¿Y cómo se sintió entonces?

-Sentí que había puesto un granito de arena dentro de la inmensidad de la playa. Y me sentí satisfecho por haber contribuido, igual que lo habían hecho antes, y lo seguirán haciendo, muchos compañeros a salvar la vida de tantas y tantas personas en todo el mundo.

- Desde aquella pionera intervención, los latidos del corazón guían sus pasos. Ha realizado incontables modificaciones en el dispositivo inicial, hasta llegar a crear uno cuatro veces más pequeño que un grano de arroz...

-Así es. Aquel primer marcapasos pesaba 50 kilos y funcionaba con la batería de un automóvil. En la actualidad, ultimamos el desarrollo de un marcapasos de apenas 0,7 gramos, más eficiente y menos costoso, que podrá ser controlado por los médicos desde un teléfono móvil o desde una tablet. Ya hemos realizado ensayos clínicos en tejidos humanos, y esperamos poder probarlo en el primer paciente antes de que finalice este año, si la burocracia lo permite.

- ¿Su 'obra maestra' tiene fecha de caducidad?

-El marcapasos pasará a la historia cuando se pueda regenerar el corazón a través de las células madre, algo en lo que ya se está trabajando.