La escultora Soledad Penalta (Noia, 1943) se convertirá mañana en la cuarta mujer que integre la Real Academia Galega de Belas Artes, una institución que el próximo año cumplirá 170 años de historia con una presencia mínima de mujeres. Apenas tres junto a otros 23 hombres que conforman la lista de académicos numerarios. La cifra ascenderá a cinco a final de año con el ingreso de Penalta y en noviembre el de la pintora Menchu Lamas. Se sumarán a la pianista Mercedes Goicoa, presidenta de honor de la Academia y las especialistas en arte María Victoria Carballo-Calero y María Asunta Rodríguez.

Además de ellas, un escaso grupo de mujeres ocuparon esos lugares de honor. Las primeras fueron las pintoras Carmen Corredoyra y María Dolores Díaz Baliño, que ingresaron en 1938 con los números 101 y 102, respectivamente, precedidas por lo tanto por un centenar de colegas varones. Después llegarían María del Villar Mateo de Arenaza, María Luisa Rodríguez Nache, Mercedes Goicoa, Victoria Carballo-Calero, María del Socorro Ortega y Asunta Rodríguez. Así, ocho mujeres en una lista que a lo largo de más de siglo y medio de historia ocuparon 175 hombres.

A sus 75 años, Soledad Penalta será la novena en llegar. Escultora por "necesidad vital", como ella misma asegura, indica que tras conocer su elección, el pasado mes de mayo, se sintió "sorprendidísima" a la vez que "honrada" y "sobrecogida". "A la Academia he ido muchísimas veces porque se organizan cosas muy interesantes: conciertos, conferencias, exposiciones. Es un sitio donde la cultura se mueve pero no sé cómo es el estar dentro. Será una nueva aventura", manifestó.

Admite, no obstante, que el ingreso trastocará su rutina. "Mi movimiento es enseñar mi trabajo e intentar vivir de él, es pensar en que mandé una pieza a París y otra a Florencia o que tengo un problema con un envío de otra a Brasil porque no pude ir. Es entrar en el estudio, encender las máquinas, crear, salir a comprar algo, vigilar que no se queme nada... Es estar en mi espacio, mi taller, que es otro espacio muy diferente al de la Academia", subraya.

Hija de un farmacéutico, inició estudios universitarios con el deber de seguir la trayectoria familiar pero no cuajó y pronto descubrió que era la creación la que la impulsaba. "No lo decidí, no fue un capricho ni nada de eso. Fue una situación vital", apunta. Se inició con retratarios y cerámica y en Barcelona profundizó en esta última, especializándose en escultura de gran formato. Con una beca llegó después a Estados Unidos, a Minnesota, y allí comenzó su idilio con el metal. "El decano de la facultad me dijo que probase otros materiales, algo diferente. Desde entonces ya no hice más cerámica. Me metí en el metal porque me gustó, tiene dificultad, pero me gustó", revela. Su primer contacto con aquel país, recuerda, fue ver a mujeres arreglando carreteras. "Era 1989 y fue un choque brutal", dice. Luego, también en la Universidad. "No te miraban por ser mujer, era algo normal, como la normalidad que yo vivo en mi taller trabajando. Es cuando expongo cuando me miran como preguntándome si lo he hecho yo", indica. Esta artista coruñesa reconoce que por el hecho de ser mujer tuvo problemas aunque nunca renunció a su sueño. "Si hablabas en una reunión de una exposición colectiva te miraban como si fueses de otro planeta, no decían nada pero la realidad es que yo no estaba en la siguiente exposición", relata.