El chófer. Sabemos que Carmen Lomana tiene chófer. Lo sabemos por Wilson. El chófer W ilson. Se hizo célebre hace unos años como chófer "traidor". Traidor a la discreción que se le presupone a un chófer, porque un chófer es "la persona que está más cerca de mi intimidad" (Lomana dixit). Fue un caso parecido al del chófer Fosky, que era el conductor particular de Isabel Pantoja en los tiempos de Julián. W ilson se ve que grabó a Carmen, todo lo que hablaba en el interior del coche, uno de alta gama, desde luego, que igual invita a largar más. Tampoco es que fuesen cuestiones de Estado, básicamente se dedicaba a poner a caldo (igual de ahí que haya sido seleccionada para el concurso de los fogones, porque otra cosa no) a los de la pandilla de JorgeJa. Después de Wilson ha habido otros. Lo sabemos porque a los jurados de MasterChef les crispa un tanto y, a nada que tienen ocasión, se lo sueltan con retintín. Le tienen manía. Los jurados a Carmen. Lo dice ella. También que los chefs igual chófer no, pero coches de alta gama, sí. Y que una costilla, por ley natural, debería comerse con los dedos.

El disco. Digan lo que digan, pese a quien pese, Rosario, Chayo, sigue adelante con su carrera musical. Ahora, por ejemplo, tiene nuevo disco. No es muy muy moderno, tipo los de Omar Montes por ejemplo, tira más a clásico (para que se hagan una idea, se titula Me voy acercando a ti). Pero es nuevo y suyo, aunque ella siga cantando las canciones de su tía, que para eso era la más grande. La arropa toda la familia. Bueno, menos su prima, porque esa no va nunca a esas cosas. Coinciden, como en una boda, bautizo o funeral, los padres separados, Rosa yAmador. La novedad es que Rosa ha insinuado no sé qué de acercamiento o reconciliación, aunque ahora aclara que no amorosa, sino fraterna. Y ella, Chayo, que con un disco cierra muchas bocas, se viene arriba y, como la mismísima Pantoja en sus buenos tiempos, lanza un dardo en forma de canción: Sinvergüenza. ¿Quién?

Raíz cuadrada. Al míster le gustan los números, el cálculo, los algoritmos, las matemáticas. Es más conocido por haberse metido un rato bajo el edredón con la hija de Pantoja. O no saber quién es Barack Obama. Pero su auténtica habilidad son las raíces cuadradas. Se lo contó a otro de GH VIP y él le puso a prueba: raíz cuadrada de 16. Contestó 8. Mal. El colega le corrigió: No, hombre, 4. Bien. Pero de chiripa. La raíz cuadrada de un número se calcula dividiendo por la mitad, añadió, y todo se vino abajo. El sentido numérico es primitivo e innato en todas las criaturas, humanas o no. Los animales cazadores o recolectores lo usan para localizar dónde hay más alimentos. Y no fallan.

La etiqueta. Es posible que Megan no entendiese el concepto. Cuando la reina le dijo, como antes a Di y antes a Sarah y antes a Kate, que debía respetar la etiqueta no hablaba en absoluta literalidad. Los analistas barajan tres hipótesis en el extraño caso de la etiqueta colgante del vestido de la duquesa. Una, las prisas y los múltiples cambios de atuendo. Dos, el supuesto despiste que padecen las gestantes (sin contrastar). Tres, que fue dejada a propósito, ya que así el vestido -que no era prohibitivo, no para los Windsor, pero baratito tampoco- podía ser devuelto a la tienda. Sofía Suescun, que no es de sangre azul pero ha ganado un reality o dos por si convalida, intentó que le reintegrasen lo que pagó por una falda usada. No pudo negarlo, porque la llevó en un par de programas. De lentejuelas.

Tres minutos. Dicen que Kiko, Isa y Omar se reunieron en torno a una mesa. Es una tradición muy española. Cerrar negocios, hacer propuestas, reencontrarse, despedirse, celebrar, discutir, reconciliarse, a la hora del almuerzo, la comida o la cena. Por no alargar los antecedentes: Kiko e Isa, en su relación fraternal, tienen idas y venidas, picos y valles; Isa y Omar, en su relación de pareja, tienen idas y venidas, picos y valles; Kiko y Omar, en su relación amistosa y/o profesional tienen idas y venidas, picos y valles. Dicen que, a los postres quizá, Isa y Omar, en un momento pico de su relación, se besaron. Dan incluso el dato exacto de duración: tres minutos. No es el beso más largo de la historia -que es uno que se dieron unos tailandeses en 2011 y fue de 46 horas- pero lo aportan como prueba de cargo de una posible reconciliación, es decir, en positivo. Cada beso consume 15 calorías en un plazo de tres minutos. No quemaron ni un terrón de azúcar, la sacarina puede que sí, pero igual les sale rentable. El amor, siempre.