La vida de Gonzalo Autrán se tambaleó hace ocho años, cuando a su hija María le diagnosticaron, en plena adolescencia, un sarcoma de Ewing. La batalla fue dura, con momentos de flaqueza, pero también con algunos milagros, como una operación que al inicio del tratamiento parecía casi imposible y que puso los cimientos de su recuperación. Un largo año de combate en el que la joven nunca estuvo sola. Sus padres y su hermana fueron su apoyo incondicional, su armadura frente a las embestidas de la enfermedad. Respaldados por un ejército de batas blancas, los oncólogos infantiles y las enfermeras del Hospital Clínico de Santiago. "Por un hijo enfermo rompes con todo y todos. Te centras exclusivamente en él durante las 24 horas del día", subraya. "Desde el momento en que entras en el hospital, dejas de ser tú para convertirte en el papá o la mamá de. Tu vida se paraliza. Vives solo por y para tu hijo", reitera Gonzalo, quien desde su creación, en 2012, preside la Asociación de Ayuda a Niños Oncológicos de Galicia (Asanog), organización que busca servir de punto de encuentro entre las familias afectadas y garantizar que los pequeños no dejen de sentirse como tales durante su estancia en el hospital. "Y para acompañarlos y apoyarlos durante todo el proceso, también cuando regresan a sus casas", apunta.

"El cáncer lo cambia todo"

Porque recuperar la rutina, tras el alta hospitalaria, no es fácil. El cáncer "lo cambia todo". "Cuando estás con las operaciones y los tratamientos solo piensas en salir adelante; el bajón llega, muchas veces después. Yo lo veo ahora en mi hija, que está necesitando ayuda para asumir todo lo que ha vivido. Por eso nos parece tan importante coger el toro por los cuernos desde el minuto uno, y que tanto los niños, como sus familias, puedan recibir asistencia psicológica desde el inicio del proceso, si es que así lo demandan", concluye.