En una industria musical cada vez más precaria, la literatura ha abierto una vía para seguir haciendo caja en estos tiempos de mínimas ventas de discos. Desde hace unos años, las librerías se han visto invadidas por incontables volúmenes que abordan vidas y obras tanto de estrellones adorados por el vulgo como de artistas de culto venerados por minorías, dispuestos todos a dejarse unos euros en saber algo más sobre sus ídolos.

Esta tendencia llegó a España tarde y generalmente mal, pese a que desde la explosión del pop en la década de los sesenta, se han ido publicando en este país libros de contenido musical. Si bien es cierto que reputados periodistas patrios han editado interesantes obras dedicadas a artistas extranjeros, los músicos nacionales no gozan de una bibliografía tan espesa y valiosa como la de sus colegas foráneos. Cosa poco comprensible, cuando en el periodismo español existe un precedente que debería servir de guía y ejemplo para este menester, suponiendo que la vida del personaje a retratar sea igual de jugosa que la de Juan Belmonte.

Este mítico torero es el protagonista de Juan Belmonte, matador de toros, escrito en 1935 por su amigo el prestigioso periodista Manuel Chaves Nogales. Antes de nada, conviene remarcar el contexto en el que se gestó la obra. Hablamos de unos tiempos anteriores a los medios de comunicación audiovisuales, en los que la tauromaquia era un espectáculo de masas que movía con la misma alegría pasiones desaforadas y millones de pesetas. Para que el lector actual se haga una idea, Belmonte gozó en las primeras décadas del siglo XX de una fama solo comparable con la de algunas superestrellas actuales del deporte. Una popularidad transversal en cuanto a clase, origen y filia política que abarcaba tanto la península Ibérica como América Latina e incluso Estados Unidos, donde fue portada de la revista Time.

Por el libro de Chaves Nogales desfilan inicios humildes, penurias económicas, toreo de guerrilla, enfrentamientos a las fuerzas del orden, gamberrismo juvenil, aventuras galantes, ambición, éxito, arte y toneladas de épica. Real, inventada o exagerada, pero épica a fin de cuentas. Exactamente los mismos elementos que el lector busca en la biografía de todo ídolo pop que se precie, con el añadido del espíritu quijotesco que tanto se estila por estas tierras. Pero el esqueleto de esta obra es tan universal que si su protagonista hubiese nacido en Staffordshire en 1945 en vez de en la Sevilla de finales del XIX y hubiese forjado su leyenda rockeando con un bajo Rickenbaker en sus manos en vez de con un capote, su espíritu habría sido similar.

Porque Juan Belmonte, matador de toros es básicamente un relato de ambición y éxito. De un chaval de Triana, de familia pobre, cuyas únicas alternativas eran la gloria o el hambre. Y sí, este es el mismo punto de inicio de las historias de otros toreros, pero también de boxeadores, futbolistas, músicos o empresarios textiles. Pero Chaves Nogales tiene el talento suficiente para desdramatizar la situación y relatarla con naturalidad, sin caer en una sucesión de penurias al estilo del famoso sketch de Monty Python en el que unos señorones compiten sobre cuál de ellos pasó una infancia más miserable.

Aunque los momentos más valiosos son los que relatan la escalada al éxito de Belmonte. Estos pasajes dejan las peripecias de los Beatles en Hamburgo o las heroicas giras de los Sex Pistols por Inglaterra a la altura de una merienda campestre. El lector disfruta aquí de la desaforada pasión del futuro matador y su panda de amigotes chiflados -Los Anarquistas del Altozano, como él mismo los denomina- que no dudaban en jugarse la vida por dar unos pases nocturnos y furtivos en las ganaderías de los alrededores de Sevilla. Aunque para lograrlo tuviesen que robar el equipo de iluminación a un circo húngaro o esquivar las balas de la Guardia Civil, siempre dispuesta a proteger con sus armas el patrimonio animal de los señoritos andaluces.

Estos capítulos dejan momentos tan bellos y posiblemente irreales como la estampa del matador alcanzando la plenitud espiritual toreando a una res desnudo, con la única iluminación de la luna, tras verse obligado a desvestirse para cruzar un río. O sus primeras oportunidades profesionales en un mundillo terriblemente clasista y estratificado. Porque Juan Belmonte, matador de toros funciona también como descripción de las sombras de la sociedad sevillana de principios del siglo XX, que eran un poco las mismas que las del resto de España. El libro también sirve para reafirmarse en la admiración a otros personajes que van apareciendo por sus páginas, tan apegados a la leyenda como su protagonista.

Porque una vez logrado el éxito, el torero sevillano se vio inmerso casi de casualidad en los círculos culturales madrileños, con colegas de francachela como Romero de Torres, Pérez de Ayala y el gran Valle Inclán. Y es don Ramón, cual Ozzy Osbourne noventayochista, la figura central de algunos de los fragmentos más desquiciados del volumen, montando unos pollos demenciales allá por donde iba, amenazando de muerte a tres personas por párrafo y cabalgando a una sola mano y ataviado con un poncho mexicano en una capea organizada por nuestro protagonista. Empeñado en ser él mismo su principal obra de arte, Valle dejó también una de las más conocidas anécdotas belmontianas, al asegurarle que lo único que le faltaba para completar su gloria era morir en la plaza. "Se hará lo que se pueda, don Ramón", le respondió el trianero.

Otro de los aciertos tanto de Chaves Nogales como del propio Belmonte fue el de no evitar el lado menos amable de su personalidad. Si sus orígenes humildes ayudan a la configuración de su mito, no disimular su connivencia con los poderosos más hostiles a los de su clase le da mayor veracidad al relato. El torero presume de una amistad casi paterno filial con el dictador de Venezuela Juan Vicente Gómez, al que conoció en una de sus giras americanas, y critica con dureza a los jornaleros que intentaron colectivizar el campo andaluz en las postrimerías de la Guerra Civil, convertido ya en el señorito que tanto ansiaba ser.

Aunque este libro es anterior a la sublevación militar de 1936, las posiciones de biógrafo y biografiado sirven como ejemplo de la división que generó el conflicto. El propio mundo de la tauromaquia se partió con el estallido de la guerra, como bien explica Antonio Fernández Casado en su obra Garapullos por máuseres. La fiesta de los toros durante la Guerra Civil (2015) si bien hubo actividad taurina en ambos bandos, la mayoría de las primeras figuras apoyaron a los sublevados. Pero muchos subalternos, afiliados a partidos y sindicatos de izquierdas, se adhirieron de inmediato a la defensa de la legalidad republicana, como los integrantes de las Milicias Taurinas que lucharon en Madrid. Qué mejor muestra de esta situación que el final de los dos banderilleros rojos asesinados junto a García Lorca y un maestro de escuela.

Los destinos de Belmonte y Chaves Nogales fueron igual de divergentes que los de muchos otros amigos separados por la guerra. Pese a no apoyar el levantamiento de forma directa, el torero vivió estupendamente bajo la dictadura hasta su rockero final en 1962, cuando tras visitar a su amante y cabalgar por su finca para comprobar su buen estado físico, se pegó un tiro en la cabeza para saltarse la decrepitud de la vejez. Por el contrario, el demócrata y progresista Chaves Nogales falleció en Londres en 1944, huyendo de los fascistas y de los comunistas, a los que disgustaban sus furibundas críticas al estalinismo. Por si eso no fuese poca desgracia, el legado del brillante periodista sevillano tiene que sufrir que prácticamente los únicos que lo reivindiquen en la actualidad sean los practicantes de lo que el lingüista Íñigo F. Lomana definió como "prosa cipotuda", que encuentran el insobornable sentido ético del difunto comparable a su equidistancia de extremo centro.