El robo. Cuando uno llega a casa y se encuentra la cerradura reventada, y sus cosas, sus cosas más íntimas y privadas aunque uno los suba a las redes o las exhiba a cámara si le viene en gana, revueltas, se siente no solo violentado en lo material sino en lo espiritual. Se siente uno vulnerable, desnudo, desprotegido. Y es en los momentos de vulnerabilidad, desnudez y desprotección cuando uno, por duro que sea, baja la guardia, se quita la coraza, y se muestra como es. Esas desgracias acercan. A raíz del robo en casa de Omar sabemos que Omar es como todos, un muchacho de carne y hueso. Sabemos, por ejemplo, que será muy moderno para lo suyo, el trap, los stories, las riñoneras con muchos logos, la fama televisiva y todo eso, pero guarda los ahorros en casa. Bajo el colchón. En el fondo de un armario. O en bolsas, como Cachuli. Que ahorra para el futuro. Que se cabrea, que tiene sus prontos y se le escapa el chulito que lleva dentro, pero se calma. Sabemos también que sus tesoros más preciados son sus cadenas de oro y la Play del niño. Como cualquier hijo de vecino. Aunque ande con Chabelita. En Cantora también hay robos. Y se guardan por allí las cosas.

Lunes 26

Navidad. La Navidad ya tenía bastantes enemigos: el Grinch, Jack Skeletor, míster Scrooge, los anuncios de la lotería o la capa -ahora en el fondo del armario con naftalina- de Ramontxu. Y ahora, la reinterpretación del villancico por Leticia Sabater, El Polvorrón. Llámenme clásica, antigua, moñas sin quieren, pero hay cosas que es mejor no tocar. Es preferible, créanme, mantener incólume, por los siglos de los siglos, el Ropo pom pom, ropo pom pom, pom de El tamborilero de Raphael, los jerséis de grecas de Last Christmas o la versión karaoke, cualquiera, de Blanca Navidad. Todo antes que este electrolatino de campanillas de Leticia Sabater. El estilismo a lo Olaf pero en bikini, casi es peor. El videoclip lo supera. Aparecen los Reyes M agos y unos hombres con cabeza de camello. ¿No puede ir a más? Sí: la explicación del título se halla en esta estrofa, por no decir verso: Navidad, polvo y ron. A ver qué espíritu navideño supera esto.

Casas. Hay casas y casas. Y casoplones. Cito dos, en venta ambos, puede que vendidos ya. El ático que Rappel habita en el centro de la villa y corte. Lo conocemos porque lo sacó en la tele, un día que invitó a cenar a Ana Obregón. De esas que no terminas de ver aunque pases diez veces. Llena de cosas. Y el chaletazo de María Teresa. María Teresa se enfada mucho cuando se habla de la operación inmobiliaria. Debe pensar que se gafa. Igual con el servicio. Fue presumir de asistenta en el reality y se le marchó la asistenta, que era como de la familia. Isabel tampoco acierta. Dicen que lo tiene todo perdido de topos. Será el jardín.

Soltería. Más petrificado que el rostro de Camilo Sesto, más desgarrador que la ruptura de Amaia y Alfred, más peliculero que el romance de Tony Spina y Makoke, menos duradero que la reconciliación preñavideña de Bisbal y su ex y Alba Carrillo y su ex, más esperado que la boda de Isabel Preysler y Vargas Llosa, menos certero que las predicciones del maestro Joao. Decepcionado está JJ con la soltería. Ahora que está libre como un taxi con la luz verde, no tiene tiempo. Ahora que puede darle a Grindr como si no hubiera un mañana, nadie se lo cree. Lo ha contado el propio, el susodicho. Que le cierran la cuenta por suplantación de identidad, creen que es otro que usa la foto. Y, claro, sin tiempo, desentrenado y en pleno siglo XXI, sin app a ver cómo liga uno.

Al volante. Los famosos deberían ser conscientes de que tienen una responsabilidad ética, de su papel ejemplarizante, de su liderazgo social, de cómo arrastran masas, son influencers, pueden dividir el planeta (entre miriamistas y moniquistas, por ejemplo; entre belenistas y campanaristas en su tiempo) o paralizar el país [cuando Pantoja se descuelga (del teléfono)]. Por eso Aída debería cuidar más las formas. No por prescindir de la ropa interior. En eso Aramís le lleva siete reencarnaciones y media. Es que Aída, con permiso de Kiko, es la pesadilla de la policía de tráfico. Igual se graba al volante cantando, bailando, hablando para sus fans como si estuviera en la casa de Gran Hermano (GH) o rociándose la cara con spray en plena plaza de Cibeles, y siempre poniendo morritos a la cámara de su móvil. Pues nada, morena, tan solo recordarte que la última vez que se vio algo parecido -aunque hace ya tiempo algunas tenemos memoria histórica-, la pandilla de Loli Álvarez, Montse Páez y Arlequín terminaron a remojo dentro de la fuente. Y siguieron grabando.