Enero de 2010. Foro Económico Mundial de Davos. Un imberbe Mark Zuckerberg, que solo seis años antes había fundado Facebook, suelta a los cuatro vientos que "a la gente ya no le interesa su privacidad".

Abril de 2018. Senado de EEUU. El mismo protagonista es interrogado por permitir que una empresa accediese a la información de 87 millones de perfiles personales de Facebook con el objetivo de favorecer la campaña electoral de Donald Trump.

Entre ambas imágenes han pasado solo ocho años, pero ejemplifican el camino que han tomado las grandes compañías tecnológicas.

Atrás quedó ese glamour que despedían de empresas nacidas en garajes y creadas de la nada por unos imberbes que cambiaban las corbatas y las americanas por camisetas y vaqueros.

Atrás quedó esa imagen prefabricada de empresas perfectas (con sus mesas de billar, campos de vóley-playa, toboganes, sofás de colores, frutas por todos los sitios?) en las que todo el mundo quería trabajar.

Si Mark Zuckerberg volviese a repetir hoy que "a la gente ya no le interesa su privacidad" tendría un problema. Solo han pasado ocho años, pero los usuarios hemos aprendido. Al principio nos dieron un nuevo juguete (las redes sociales) sin libro de instrucciones y lo empezamos a utilizar sin saber muy bien cuáles eran las consecuencias. Ahora ya sabemos que cuando algo es gratis es porque el producto somos nosotros. Y el producto son nuestros datos personales con los que ganan ingentes cantidades de dinero.

Lo anterior lo podíamos intuir. Pero el escándalo de Cambridge Analytica y el uso de información personal sin autorización de 87 millones de usuarios nos abrió los ojos. También nos los abrieron cuando Facebook anunció que había sufrido un ataque y habían robado la información personal de 29 millones de usuarios que incluía datos de nacimiento, localizaciones recientes, números de teléfono, historial de búsquedas?

Facebook no es la única. Google+, la red social de Google, tuvo a principios de 2018 un fallo de seguridad que expuso la información personal de medio millón de usuarios. Casi lo peor fue que lo ocultase por miedo a que lo comparasen con el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica.

Los usuarios hemos dejado de creer en las bondades de las redes sociales no solo porque comercian con nuestros datos, sino porque también ya no son esas empresas tan glamurosas que nos vendieron y en las que todo el mundo quería trabajar.

Facebook fue acusada el pasado año por la ONU y grupos humanitarios de no controlar los comentarios xenófobos y noticias falsas que ayudaron a alimentar la violencia contra los musulmanes Rohingya, una minoría étnica de Birmania. Miles de trabajadores de Google salieron a la calle para protestar porque la empresa había pagado unas cuantas decenas de millones de dólares a un ejecutivo tras una denuncia por acoso sexual. Los empleados de Google también se quejaron de que la compañía estaba trabajando en una versión censurada adaptada a las exigencias de las autoridades chinas o que tenía un contrato con el Departamento de Defensa de Estados Unidos para aplicar la inteligencia artificial de Google en un proyecto militar. "Google no debe entrar en el negocio de la guerra", dijeron los trabajadores.

Ganarse la confianza se tarda mucho tiempo. Perderla, un segundo. O nos cuidan mejor o les pagaremos con nuestra indiferencia. Y eso repercutirá en sus carteras.