La trayectoria de los Ramones está plagada de incidentes extraños, aunque ninguno fue tan destructivo como los disturbios que provocaron, indirectamente, en el centro de Buenos Aires en 1996, tres días antes de su último recital porteño. Fue una más de las historias que provocó la intensa relación del grupo neoyorquino con el público argentino, de difícil comprensión en el resto del mundo. Porque mientras en su propio país actuaban en pequeñas salas y en Europa se presentaban en recintos medianos, en la nación de Maradona jugaban en la liga masiva de U2 y los Rolling Stones.

Esa última visita de Ramones a la capital sudamericana fue la más populosa y accidentada de todas. Llevaban actuando allí regularmente desde 1987, cuando banda y país se descubrieron mutuamente. Por el motivo que fuese, ahí gozaban del megaestrellato con el que siempre había soñado su líder, el guitarrista Johnny Ramone. Mientras en el resto del mundo debían conformarse con ser una formación de culto, en ese lejano país del Cono Sur eran los Beatles.

La llegada del cuarteto a la ciudad ya fue absolutamente demencial. Miles de adolescentes fuera de control esperaron a los músicos en el aeropuerto y los escoltaron hasta su hotel, zarandeando su furgoneta en los semáforos en rojo y descolgándose de las ventanillas de sus coches mientras daban voces. El batería Marky lo registró todo con su cámara de video, incluido el contraste entre el gesto de pánico de Eddie Vedder -el vocalista de Pearl Jam formaba parte del séquito- y la enorme sonrisa del rudo Johnny. En este contexto de histeria colectiva punk se fraguaron unos acontecimientos que pudieron acabar mucho peor de lo que lo hicieron.

El concierto se iba a celebrar en el estadio Monumental de River Plate, con capacidad para 60.000 espectadores y toda la ciudad estaba volcada con el acontecimiento. Las radios emitían sin parar los himnos de los cuatro de Queens y la prensa calificaba el recital como el evento del año. En ese frenesí muchos intentaron sacar tajada publicitaria, como los responsables argentinos de Coca-Cola, aunque el tiro les salió por la culata.

En una de las maniobras de marketing más torpes que se recuerdan, los dirigentes locales de la multinacional idearon una promoción en la que regalarían dos entrada para el show a cambio de diez tapones del refresco. El canje se realizaría en el centro comercial Florida y Lavalle, un elegante mall del centro de la ciudad, con previsión de repartir un par de cientos de tiques. Ese era el plan. El resultado fue siete heridos, catorce detenidos, los establecimientos del complejo arrasados con más de 50.000 dólares en daños y unos disturbios que se alargaron durante horas.

Porque donde los ejecutivos esperaban unas pocas decenas de fans se materializó una marabunta de 3.000 punks furiosos con sus tapones en la mano. A la falta de previsión sobre la asistencia se sumó el completo desconocimiento sobre el target de la campaña, formado por adolescentes de barrios humildes que no podían costearse una entrada para ver a sus ídolos. Chavales con las hormonas saliéndoles por las orejas, con camisetas con el logo de Ramones dibujado por ellos mismos y una identificación total con los himnos para inadaptados de los neoyorquinos. Una gente, en definitiva, con el umbral de la paciencia un poco bajo y que no se tomó muy bien cuando desde el stand de Coca-Cola anunciaron que se cancelaba el reparto de pases.

Quiso la fatalidad que un edificio cercano estuviese de reformas, por lo que en la céntrica calle donde está ubicado Florida y Lavalle había un volquete lleno de escombros, que fueron usados por los jóvenes ramoneros como proyectiles. La emprendieron con saña contra el local de la marca de refrescos, pero una vez arrasado se vinieron arriba y comenzaron con los comercios colindantes.

Al grito de 'Hey Ho Let´s Go'

La prensa local recogió al día siguiente múltiples testimonios de quienes sufrieron esta explosión de ira. Como los dependientes de una tienda Benetton, que tuvieron que ocultarse tras el mostrador mientras los revoltosos saqueaban el local y se llevaban incluso maniquíes enteros vestidos. Solo la rápida reacción de los empleados de otros establecimientos para echar el cierre hizo que los daños materiales no fuesen más cuantiosos, aunque en el exterior del centro comercial la policía tardó varias horas en controlar a la masa, que se les enfrentaba al grito de Hey Ho Let´s Go.

Una vez calmada la situación, el mismísimo ministro del Interior evaluó los daños en el lugar de los hechos. Culpó del desastre a los responsables de Coca-Cola Argentina, a los que exigió que pagasen los daños de los disturbios provocados por su inconsciencia. Ese mismo día la marca sí efectuó el reparto de entradas prometido a pocas calles del campo de batalla de Florida y Lavalle, sin incidentes dignos de mención. Algunos de los jóvenes portaban más de doscientos tapones, que fueron puntualmente canjeadas.

Tres días después de las hostilidades, la mayoría de esos jóvenes estaban botando frente a sus ídolos. Ramones se despidieron de su público argentino con un recital inolvidable ante decenas de miles de personas, muchas de las cuales no dudaron en provocar el caos ante lo que consideraron el engaño de una empresa que cometió el error de jugar con su pasión para sacar rédito económico.